jueves, 29 de julio de 2010

Tan amigos como siempre…

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La imagen que les comparto en esta entrada, lleva escrita una frase que he leído en más de una ocasión y curiosamente mientras trataba de estructurar la idea de lo que quiero escribir hoy, apareció y me queda como anillo al dedo.

El concepto de la amistad puede tratar de describirse de mil formas, casi siempre cursis pero casi siempre ciertas y es, como todo lo complejo y valioso en la vida, prácticamente imposible de definir, ya que no es un concepto único, aislado, sino un conjunto de experiencias, sentimientos y otras cosas que capaz que ni nombre tienen, pero por sobre todo esto, lo que nos toca el alma, lo que la toca para mi, son acciones como la que les quiero compartir.

Sin duda tengo muchos amigos y amigas (bah, no sé si muchos, suficientes y los nuevos son bienvenidos) que a fuerza, ya lo dije antes, de actos de indiscutible lealtad y experiencias compartidas, han demostrado ser mis amigos y a quienes espero haberles demostrado en igual medida mi amistad y mi cariño.

Yo que más quisiera que hablar aquí de todos o dedicar una entrada a cada uno que bien lo merecen, como merecen el espacio que ocupan en mi vida, en mi corazón (advertí que sería cursi).

En fin, quiero compartirles la que por ahora es la más cercana y casi podría decir tangible muestra de amistad porque está sucediéndome justo ahora.

Un amigo mío, confió en mi para llevar a cabo un proyecto, cuyos detalles no vienen al caso, yo hice un compromiso con él, uno que no cumplí, y me otorgó una prórroga, que tampoco aproveché, todo eso sucedió justo en el instante en que mi vida estaba dando un vuelco enorme, cambié de casa, de estado civil y me eché a cuestas un vicio, el vicio de tuitear, era imposible cruzar más de 2 palabras conmigo sin toparse con la mirada clavada en la pantalla mientras enviaba mensajes.

Todo mi entorno se estaba yendo a pique, el cuidado hacia mi hija, mi situación económica, mi relación familiar, otras amistades, todo, y yo no conseguía hacer un alto, reflexionar y decir: mi mundo se está hundiendo y no soy sino una espectadora, por qué no me detengo y hago algo al respecto?.

Medio cumplía con las tareas más básicas del proyecto que por supuesto, al igual que tantas cosas a mi alrededor, se derrumbó, cuando me di cuenta de lo que había hecho, no sabía si podría siquiera mirarlo a los ojos, no me atreví a llamarlo por teléfono, lo único que atiné a hacer fue enviarle un correo electrónico explicando el status de la situación y ofreciéndole una disculpa, mientras lo redactaba me di cuenta que no tenía justificación alguna, que lo único que me quedaba por hacer era resarcir los daños en la medida de lo posible, aceptar mi responsabilidad y ofrecerle mi ayuda para pasar la estafeta a alguien más.

Al poco tiempo de haber enviado el correo, mi amigo me llamó y me dijo: “esto es un negocio, nuestra amistad es otra cosa, yo arreglo lo que tenga que arreglarse y tan amigos como siempre.”

Debo confesar que en ese momento pensé que sus palabras eran de dientes para afuera, una manera diplomática de cerrar un círculo y seguir adelante cada quien por su lado.

Y lo que tenía que pasar pasó, toqué fondo, afortunadamente, cuando tocamos fondo el único lugar hacia donde ir, es hacia arriba y eso ocurrió, las cosas empezaron a tomar su lugar, y yo a recuperarme, a mi y a mi sitio en el mundo real.

Aún tuiteo, bien lo saben los que aquí me leen, aunque no por los mismos motivos ni con la misma intensidad.

Y mi amigo, el que prometió que seríamos “tan amigos como siempre”, lo cumplió, lo sigue haciendo, y seguimos compartiendo, riendo, recordando, cantando e iniciando juntos un nuevo proyecto.

Él demostró con sus actos lo que dice la imagen que apareció mientras ideaba este post: “Un amigo es alguien que cree en ti… aún cuando tu has dejado de creer en ti mismo”.

Ah por cierto, a mi amigo lo conocí en 1999 por internet…

“Somos gente ficticia, náufragos urbanos…”

viernes, 23 de julio de 2010

Por tu culpa…

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Hoy, por motivos que no me corresponde explicar, recordé un episodio de esos que marcan un antes y un después en tu vida, uno del que no me enorgullezco en lo absoluto y del que por lo mismo evito hablar, lo he evitado por años, hasta hoy y me permito compartirlo casi a modo de confesión.

Contaba yo con apenas dieciseis años, que si bien no sirven como disculpa, sirven si, como contexto, y había conseguido mi primer trabajo, era asistente de redacción para el noticiero de la televisora local, en aquel entonces Canal 6, recibía por tanto ya mi primer sueldo y me sentía muy madura y autosuficiente, no recuerdo el mes, el caso es que como tantas veces durante mi infancia, mi Padre planeó un viaje a Veracruz y para acompañarlos, a regañadientes pedí permiso en mi trabajo y allá fuimos.

Este viaje era diferente, en este momento me es imposible recordar si yo sabía la condición en la que estaba mi abuelo cuando íbamos en camino, sabía si, que estaba enfermo de cáncer pero no en plena conciencia de lo que eso significaba ni del estado en el que esto tenía a mi abuelo Juan… Juan Valladares.

Estuvimos un par de días, mi abuelo estaba solo en cama, la casa de mi Padre en San Andrés Tuxtla, Veracruz, tenía en la parte de abajo un molino de nixtamal que fue el negocio al que mi abuelo había dedicado su vida, había un sótano lleno de luz porque las ventanas daban a una especie de florido barranco y a un lado del molino unas escaleras muy angostitas que llevaban a la casa de mi tía, luego otras que me gustaban por peligrosas, aún más angostas y empinadas que llevaban a la azotea de la casa.

Mi abuelo, decía yo, ya estaba en cama, de vez en cuando bajábamos los nietos a hablarle un poco, él ya no hablaba mucho y a veces no entendíamos lo que decía, caray, tengo tan pocos recuerdos de ese viaje y esos pocos están tan diluidos… me cuesta trabajo describirlos.

Los días de mi permiso se habían agotado, tenía que regresar a mi trabajo y mis Papás no tenían pinta alguna de tomar la decisión de regresar, así que yo como toda reina del drama adolescente, armé un teatro como nunca antes, alegando que contradecían los principios que me habían inculcado, que me habían hecho responsable y que me conminaban a cumplir siempre con mis compromisos, con mis promesas!

Debo haber terminado por convencerlos más por hartazgo que por mis irrisorios argumentos y al fin regresamos, ya me volvía el alma al cuerpo, llegaría a cumplir en tiempo y forma con mis compromisos laborales y eso era lo importante.

El viaje era largo pero más largas eran las caras de mis Papás y mis hermanos. Apenas me dirigieron la palabra y yo hacía un esfuerzo por mantenerme digna. Por fin llegamos a Aguascalientes y al poco rato de estar desempacando, sonó el teléfono… supongo que imaginarán de qué se trataba.

Si, mi abuelo, el abuelo Juan, sabio, culto, divertido, trabajador, encantador, el amadísimo Padre de mi Padre, había fallecido, recuerdo la mirada de mi Madre después de enterarnos de la noticia, mi Papá alistó sus cosas y regresó de inmediato a Veracruz.

Este tipo de escenas uno las imagina como parte de un guión, una tragedia familiar llevada a la pantalla grande, un texto bien planeado que invite a la reflexión y toque el alma, pero no es el caso, no este en particular…

La cabeza se me llenó de hubieras, de que tal sis, de todo lo que estuvo en mis manos de adolescente estúpida y que nada me costaba modificar para que mi Papá acompañase al suyo hasta el último momento, y sin embargo, jamás me lo ha recriminado, nunca hemos tocado el tema, no he recibido de él, el más mínimo reproche.

Mi madre si me lo dijo literalmente, crudo y real como es: “Por tu culpa tu Padre no vió morir a tu Abuelo” ey! deténganse antes de juzgarla, dijo bien.

El caso es que hay que seguir, hay que avanzar, entender que decisiones superfluas pueden marcar momentos eternos, yo aprendí a vivir cargando el peso de lo que hice, o quizás no, quizás dolerá siempre, como duele ahora… saber que cometiste un error que causó mucho daño y que no hay nada que te disculpe.

Yo soy una de las grandes detractoras de la culpa y los culpables, creo firmemente en ver hacia adelante, tengo claro que no existe el olvido como tal, defino al olvido como una forma de reaccionar diferente ante un mismo recuerdo, la vida sin memoria no tendría sentido. Y creo también, que no todo tiene disculpas, que cosas como las que aquí les cuento, si bien deben superarse, deben aceptarse como un error que no podemos cambiar.

Mi Padre, y lo he dicho en tantas otras ocasiones, es un ser lleno de luz, con un espíritu admirable, en definitiva sé que no me guarda rencor alguno, que el amor que me tiene quizás lo haya llevado al punto de perdonar mi inmadurez, mi torpeza. Después de todo, es él el que siempre dice: “El hubiera es el pasado perfecto de me apendejé”.

Así que con todo mi “mirar hacia adelante” con el optimismo del que busco rodearme todo el tiempo, con la firme convicción de desterrar a la culpa, acepto que soy la responsable de que mi Papá no pudiera despedirse del suyo y es preciso que sepa, que lo lamento profundamente.

Papá, perdóname.

sábado, 17 de julio de 2010

Éramos una familia acomodada

...cinco en una cama.

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Ese chiste es viejo y la verdad siempre me ha dado mucha risa, aunque el chiste original dice “Éramos una familia acomodada, diez en una cama” nosotros sólo éramos cinco así que me he tomado la licencia literaria (o chisteraria), para adaptarlo a la situación.

El caso es que justo ahora, mañana de sábado, con mi hija acomodándose en la cama pa’ acá y pa’allá, sin la menor intención de levantarse, con Arequita (nuestra perrita) a los pies de la cama mientras vemos la tele, recordé las mañanas de domingo en casa, para ser precisos, en esta misma casa.

Los domingos temprano, aunque no sabría precisar la hora, el primero en levantarse corría a la cama de mis Papás y al despertarnos los demás nos uníamos al jolgorio, porque aquello era como una fiesta, nos trepábamos unos encima de otros en la cama, nos hacíamos bolita, mi Papá nos agarraba a cosquillas, platicábamos de lo que haríamos en el día, o de cualquier otra cosa, francamente no importaba, no recuerdo tampoco cuanto tiempo pasábamos así, pero el que haya sido, fue muy poquito.

Luego empezamos a crecer… yo menos que mis hermanos, dicho sea de paso, y después cada uno se sentía muy maduro e independiente para hacer algo así, cada quien empezó a despertar en diferente mundo, cada uno en una casa diferente aún en el mismo espacio y bajo el mismo techo.

No puedo hablar por mis hermanos, claro, pero de mi puedo decir que nunca he sido una hija ejemplar en el tema de departir con la familia, generalmente huyo de las reuniones familiares y cuando asisto me siento en un lugar del que no me muevo, hablo con los dos o tres incautos que se atrevieron a sentarse a mi alrededor y me divierto eso si, pero me cuesta.

Siendo realistas y sinceros no hay nada ni nadie a quien yo pueda culpar de mi lejanía familiar, desde que recuerdo ha sido el reproche, y con razón, de mis Padres, aún recuerdo la frase que utilizaba mi Papá cuando me negaba a ir a Guadalajara: “estás segregando a la familia”.

Desde que tuve edad suficiente (según yo) para elegir si ir o no a ciertos eventos, me he negado, asisto únicamente a aquellos de quienes dentro de la familia, siento más cercanos, e insisto, la paso bien.

Esta entrada empezó como una reflexión y termina como una confesión, una que acá en el mundo real, ni falta que hace, me conocen bien y han terminado por aceptarme así.

No sé si un día cambiaré, para ser completamente honesta, no está entre mis planes, amo a mi familia profundamente y me gusta que mi hija conviva con sus primos, aunque me temo que mi ejemplo la arrastra a otro punto.

Pues bien, heme aquí, asumiéndome como la peor de las hijas/primas/sobrinas/tías/madres/hermanas en cuanto a convivencia se refiere, sumando a esta reflexión el hecho de que mi hija, que de por si tiene una personalidad introvertida no encuentra fácil relacionarse con los demás.

Confesando que cuando se trata de relaciones laborales y personales no tengo problema alguno en desenvolverme pero soy una inepta en temas familiares.

Declarando aquí que con todo el desapego que me caracteriza entre mis familiares, con mi ausencia en los eventos y mi distancia siempre evidente, añoro como pocas cosas esos domingos de estar tirados en la cama unos sobre otros hablando y riendo, sobre todo cuando pienso que es un recuerdo que mi hija no tendrá, no así.

Cuando escucho hablar de familias “disfuncionales” refiriéndose a los matrimonios separados, madres solteras y otro tipo de condiciones, siempre me obligo a pensar si he forzado a mi hija a vivir en una familia disfuncional o si con amor y esfuerzo puedo enseñarla a vivir en una familia que funciona diferente, espero de todo corazón que sea lo segundo y que al paso de los años termine diciendo: “éramos una familia acomodada…dos en una cama”…y un perro.

viernes, 9 de julio de 2010

Si te regala flores…

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Desde que la adolescencia asomó las narices (nunca he entendido esta expresión, no tenemos una sola nariz cada uno?) en fin…decía yo, desde que la adolescencia asomó las narices en la vida familiar de los Valladares Dávila, mi Padre, como la mayoría, empezó a tomar las debidas precauciones del caso hablando con mi hermana y conmigo (con mi hermano habrá tocado otros temas, sin duda) de lo que él consideraba que definía a un buen hombre.

Bah! no es que nos haya sentado con las luces apagadas mientras nos mostraba acetatos proyectados en la pared pero si aprovechaba los momentos que el consideraba adecuados, para soltar veladamente algún comentario que nos permitiera, llegado el momento, elegir una buena pareja (eso de "elegir pareja" sonó como a rito azteca, jajaja, en fin, prosigo).

A decir verdad, no recuerdo la mayoría de las cosas que seguramente mi Padre intentó comunicarme, probablemente las hormonas se me salían por las orejas y me impedían escuchar con claridad, recuerdo si, que cuando salí a mi primera cita formal con un muchacho, su consejo fue: si te regala flores, no confíes en él, seguramente lo mire con cara de: “ mi Papá está celoso! ternurita…” no me dijo más, no explicó más, quizás, porque para él el mensaje era claro y llegó a la conclusión de que no requería darme mayores detalles o pensó que en algún momento yo llegaría por mis propios medios a entender el mensaje, cosa que después de un tiempo, ocurrió…sabio el viejo no?

Y ya, fin.

Cómo? no es claro? Ok, sigo entonces, cuando eso pasó yo tenía dieciseis añitos y poco alcanzaba a comprender, luego uno “aprende” del amor, como “aprendemos” todos, o quizás deba decir, que uno va dando de tumbos en el amor identificando que cosa nos duele, en qué momento y por qué motivo.

Durante mucho tiempo pensé que solo había una forma de amar y de demostrar ese amor…la mía.

Sé que sería incorrecto generalizar, así que hablaré solo por mi, siempre he pensado que el amor debe ser explícito, abierto entregado, total y he esperado ser amada en igual medida y proporción, eso realmente no representaría un problema, a menos que espere que el otro diga las cosas que quiero escuchar, justo en el momento en que quiera escucharlas, cuesta mucho, quizás demasiado, entender que existan en efecto, otras formas, no de sentir amor, sino de demostrarlo.

Pasó el tiempo, salí con otras personas y seguía sin entender bien a bien el tema de las flores y el de aceptar que hubiera alguien que amara diferente y de pronto un día, se me ocurrió volver a pensar en el consejo de mi Padre “si te regala flores, no confíes en él” …que diantres había querido decirme? y entonces, ya bastante más grandecita, llegué a otra conclusión (personalísima como todo lo que expongo aquí): la mayoría de nosotros pensamos que nuestra forma de amar o en general de relacionarnos con otros, es la adecuada, quizás aceptemos nuestras limitantes y fortalezas pero en general, tenemos una razón justificada para ser como somos, y entonces me dio por analizar a mi Padre y su forma de demostrar amor.

Ya dije en otra entrada que no puedo recordar un día en el que mi Papá me haya dicho expresamente, directo y mirándome a los ojos: “te quiero” y sin embargo lo tengo clarísimo, me quiere! me adora tanto o más de lo que yo a él…y como lo sé? por sus acciones, una callada forma de demostrar amor, no solo hacia mi, también hacia mis hermanos, a sus nietos (bueno, con ellos ya se deschonga un poquito), hacia mi Mamá y hasta a nuestras mascotas!

Cada vez que llegué tarde y veía la luz de su cuarto apagarse al escuchar el sonido de las llaves abriendo la cerradura y cuando sabe que es el día en que mi hija se va con su Papa y llega como tres horas más temprano de su trabajo para asegurarse de alcanzar a despedirse de ella.

De las pocas cosas que recuerdo de cuando era niña, era verlo llegar con bolsitas de la dulcería de Sanborn's, generalmente traía unos huevitos de chocolate con una cubierta blanca con pintitas, nunca me gustaron mucho pero era signo inequívoco de que algo bueno le había pasado y era su forma de compartirlo con nosotros y era razón de más para comerlos gustosos (cuando le daba por las tortugas con nuez, yo era la más feliz).

Y así, sin te quieros, sin flores y sin escandalosas demostraciones de cariño, crecimos rodeados de su inmenso amor.

Un día, sólo para comprobar mi teoría, le pregunté por qué me había dicho aquello de las flores y me dijo: porque si alguien quiere convencerte con flores, palabras y adornos de lo mucho que te quiere, muy probablemente se deba a que no está dispuesto a hacer lo necesario para demostrártelo por medio de acciones.

Ya ya, no se puede generalizar, es su punto de vista, su concepto, su propia idea del como demostrar amor, su propia forma de hacerlo, pero saben que? yo lo creo y lo tomé como una regla, las flores son hermosas, me gusta tener flores naturales en casa cada vez que puedo, cambian el ambiente de una forma impresionante (aunque no soy la más indicada para cuidarlas cuando se trata de plantitas completas), únicamente dos veces en mi vida me han regalado flores (ojo! semáforos y bares no cuentan) las primeras cuando cumplí veinte años y ese cuate... pues qué les digo? confirmó la teoría de mi Padre y las segundas cuando mi hija nació y eso porque mi Madre bajo amenaza de muerte a mi marido lo obligó a ir a comprar un ramote que yo pudiera ver cuando despertara.

Sí, son lindas las flores, me encantan (no las rosas rojas por cierto) pero si hay que elegir, prefiero una llamada para saber como estoy, una sonrisa de apoyo cuando es evidente que la necesito, un abrazo que me haga estremecer cuando las palabras sobran, una carcajada abierta por una tontería que se me ocurrió, un cómodo silencio aderezado de cuando en cuando por miradas y sonrisas cruzadas, una callada forma de demostrar amor.

Ah! casi lo olvido, aquella primera cita no me entregó un ramo de flores y aunque las cosas no salieron como se esperaban, hoy después de dieciocho años puedo sin duda contarlo entre mis amigos.

Y bueno, yo que sé, "mi Padre y sus ideas" podría decir, lo cierto es que cuando mi hija entre a su etapa adolescente y salga por primera vez con un muchachito con intenciones románticas, seguramente le advertiré: "Si te regala flores, no confíes en él"...

jueves, 1 de julio de 2010

Apeligramos ganar…

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Hay muchas frases de esas que se topa uno en revistas maravillosas como el Selecciones o en las páginas estilo frasecélebre.com que dicen cosas como:

“El hombre no tiene peor enemigo que él mismo”-Cicerón

Les aseguro que la mayoría, leemos y asentimos…a este respecto quiero contarles algo, probablemente lo cite mal porque no lo recuerdo con claridad, pero el punto es que durante la lucha de la izquierda Uruguaya por llegar al poder, después de años de intentos, cuando por fin estaban cerca de ponerse a la cabeza del país, un hombre sencillo dijo: “Apeligramos ganar”.

Esa frase se quedó muy grabada en la cabeza porque durante mucho tiempo, quizás debiera decir que aún ahora, el éxito en cualquier ámbito me produce un pánico casi indescriptible y estoy convencida de que no soy la única loca que lo siente, por eso me gusta la anécdota porque aquel hombre con toda su sencillez, expresó de forma clara y contundente el sentimiento que lo inundaba, que inundaba a toda la izquierda del país en ese momento, que inunda a todos los que en determinado momento nos vemos cerca de alcanzar una meta.

El ejemplo más claro que puedo compartirles de mi vida personal, ocurrió cuando estudiaba en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, hicimos una muestra de comunicación y dos estudiantes del primer semestre debíamos dar una plática describiendo los diferentes modelos de comunicación y el porcentaje en el que lo que comunicamos es verbal o no verbal, en fin, recuerdo que nos impusieron a una compañera (que a decir verdad en este momento no recuerdo quien era) y a mi, representar al grupo, la UAA es una Universidad grande, muchos estudiantes y muchos Papás, así que el día del evento, el Auditorio Dr. Pedro de Alba estaba a reventar, no sé el cupo debe ser de entre 200 o 300 personas, el caso es que tras bambalinas, desde mi perspectiva, era una multitud a la que nunca me había enfrentado, de pronto, me costaba trabajo respirar profundo, como si al querer hacerlo hubiera otra cosa ocupando mi pecho y el aire no encontrara lugar, no estaba temblando pero me frotaba las manos incesantemente y caminaba de un lugar a otro, pensé que iba a desmayarme cuando dijeron nuestros nombres y salimos a hacer la presentación… ufa!! nunca me sentí tan bien, la gente escuchaba lo que yo decía (o al menos esa era mi percepción), conseguí moverme con seguridad por el espacio, lograr una sincronía perfecta con la aparición de las imágenes en la pantalla, el tono exacto que mi voz requería y las inflexiones que daban a mi discurso el efecto deseado. Al terminar, el público por supuesto aplaudió, agradecí y salí del escenario, ahí si que casi me muero, me temblaban las piernas y todo me daba vueltas, pasé el resto del evento recobrando el aliento detrás del escenario y cuando por fin salí, me encontré con abrazos, felicitaciones y buenos deseos…que sentimiento!!

Después a lo largo de mi experiencia profesional, he tenido la fortuna de encontrarme frente a momentos similares…y siempre es igual, el impedimento para respirar profundo, las manos frotándose, camino como loca, salgo, ejecuto y luego desfallezco, después, de nuevo el reconocimiento…y lo seguiré haciendo, una y otra vez, las veces que me sea posible, porque he descubierto que más allá de la respuesta que logro obtener del público en cuestión, más allá de las posteriores felicitaciones y los aplausos…lo que verdaderamente disfruto es encontrarme con mi propia capacidad de dar un paso al frente.

Ya sé! ni me digan, varios a estas alturas de la entrada deben estar pensando cosas como: “ay, esta arrogante, echándose porras y hablando de sí misma y de los que considera sus grandes logros”. A menudo hablo de que nos educaron para pensar que es equivocado celebrar nuestros propios éxitos, pero ese ya será tema de otra entrada, de momento los invito a romper ese paradigma y seguir leyendo.

A ver si consigo explicarme mejor: cuando empiezan la ansiedad y la dificultad para respirar y todo eso, hay una vocecita que me dice: alto! hazte la enferma, pídele a alguien que lo haga por ti, desmáyate, finge que tienes que salir de emergencia en fin, cualquier cantidad de cosas como si tuviera en uno de mis hombros al diablito y en el otro al angelito de las caricaturas y siempre, llegado el momento, hay un impulso más fuerte que me hace dar un paso adelante y decir: va! y que salga lo que tenga que salir.

Y eso es simplemente un ejemplo, un ámbito, una circunstancia, me ha pasado con todo, cuando asisto a una cita para conseguir un cliente, cuando emprendo un negocio, cuando salgo con alguien, incluso cuando mi hija participa en algún evento, este pavor inexplicable y absurdo de que las cosas salgan no solo bien sino extraordinariamente bien, me pasma.

Les ha pasado o es este un soliloquio que sólo comparte conmigo aquel hombre sencillo del Uruguay? en todo caso, si les ha ocurrido y por cualquiera que sea la razón se han quedado pasmados, si como yo, han estado tentados a autosabotearse y ceder ante obstáculos inexistentes colocados por ustedes mismos, los invito a hacerse esta pregunta: Que triunfo puede ser más grande que el de vencer nuestros propios miedos?

Apeligramos ganar…corramos el riesgo entonces, vale la pena, adelante!