miércoles, 23 de febrero de 2011

La batalla de los plásticos...

Aaaaah… qué tiempos aquellos en que respirar y ser mayor de edad eran requisitos suficientes para obtener una tarjeta de crédito, bueno, al menos eso parecía, creo que cada día me llamaban de un banco diferente o de una tienda departamental para ofrecerme una tarjeta de crédito y yo claro, por aquellos ayeres sintiéndome todopoderosa aceptaba y aceptaba y así logré tener no una, ni dos, ni tres, no señores y señoras, yo era la orgullosa portadora de siete tarjetas de crédito, además de contar con un crédito automotriz y uno de vivienda… cabe aclarar que no ganaba seis mil pesos.

Los años fueron pasando, las compras sucediendo, los viajes acumulándose y la deuda creciendo. En mi mente, mi sueldo alcanzaba a cubrir perfectamente todos mis gastos, una y otra vez me topé, con aquellos consejos como: no gastes más de lo que ganes, reserva un porcentaje de tu sueldo para ahorrar, o, no pagues el mínimo, paga el total para no generar intereses, pero no no no, a la voz de "la vida es ahora", hice justo lo contrario.

Y así, cambiaron mis circunstancias personales, mi trabajo y por supuesto, mi sueldo, para terminar de arruinar el asunto, surgieron las famosas compras a meses sin intereses y como tantos, vi en ellas una forma de obtener las cosas que creía necesitar (y algunas que en efecto necesitaba) sin tener que pagarlas de un solo jalón.

Llegué al punto de hacer el súper con la tarjeta de crédito, porque según yo, la pagaría tan pronto llegara la quincena, pero luego, claro, una deuda se sumaba a la otra y los pagos para no generar intereses superaban mi ingreso, ah! Pero yo era más lista que los bancos (ayajáa) como tenía varias tarjetas con diferentes fechas de corte y pago, pues aplicaba la técnica de la Nana Fine y usaba una tarjeta para pagar el mínimo de la otra y luego con esa pagaba la otra y la otra y así, un círculo interminable de deudas cuyos intereses crecían y crecían, fue formándose a mi alrededor.

Después, con siete tarjetas hasta el tope, comprendí que tenía un problema (bien perspicaz yo) y entonces solicité una tarjeta más (les digo, bien brillante) dicha tarjeta “compraba” tus deudas de otras tarjetas y te permitía pagar con un pago congelado a plazo fijo y con menor interés, así que con ella eliminé las tarjetas más pequeñas y me quedé con cuatro (incluída la nueva), pero la deuda era prácticamente la misma.

Total que terminé con cuatro tarjetas hasta el cuello y todo el dinero que ganaba, TODO se iba en pagarlas, pagando por supuesto una barbaridad de intereses, recuerdo las palabras de mi Madre a cada rato: trabajas para pagar intereses, nada más. Lo peor era que además, seguía gastando, ni les cuento la de veces que muy decidida llegué a recortarlas o a rasparles la banda magnética pero ni eso me detenía, terminaba comprando cosas por internet.

Luego, de nuevo una circunstancia personal movió el tema de los ingresos y de las tres que tenía sólo pude seguir pagando… oh, esperen, no pude seguir pagando ninguna, y entonces vino lo bueno, porque mal que bien durante los años anteriores yo había ido pagando por lo menos el mínimo para mantener un historial crediticio medianamente decente, pero ahora simplemente me era imposible.

Los bancos por supuesto me buscaban día, tarde y noche, de lunes a domingo, por teléfono, celular y hasta en mi casa, era una pesadilla total, entonces me encontré con un anuncito de esos que te saltan encima al abrir una página, (ni siquiera recuerdo que página era) dicho anuncio me invitaba a conocer un esquema llamado “resuelve tu deuda” y sin nada que perder, allá fui, no bueno, era una cosa muy maravillosa, para que pudieran ayudarte los únicos requisitos eran deber más de treinta mil pesos en más de una tarjeta y yo por supuesto rebasaba sus expectativas, casi estaba orgullosa de calificar… ok no.

El caso es que envié mis datos y solicité más información acerca de cómo furulaba el asunto, aparentemente, la cosa era simple, yo firmaba un contrato en el que me obligaba a pagar a resuelvetudeuda.com una cantidad de maomenos cinco mil pesos al mes durante veinticuatro meses (había varias opciones, doce meses, dieciocho, etc.) un porcentaje de ese pago se iba para los gastos administrativos de dicha empresa y el resto, claro, se abonaba a mis tarjetas de crédito, pagándose así, la primera tarjeta en el mes número cinco, la segunda en el mes número diez y la tercera en el mes número veinte o algo así. Sonaba genial! Prometían además que las llamadas y cartitas cobradoras disminuirían considerablemente, y por si fuera poco! Al final del “programa” te otorgaban un préstamo para reintegrarte al fabuloso mundo de los sujetos de crédito.

Era estupendo, buenísimo! …de hecho, demasiado bueno. Tengo la fortuna de contar con un amigo financiero y antes de firmar el contrato toda loquita y hacer el primer pago (que no era a uno de mis bancos acreedores, sino a una aseguradora y por concepto de pago, el recibo decía: seguro de vida), total, que afortunadamente tuve la buena cabeza (por fin) de llamar a mi amigo, contarle más o menos como era el asunto y enviarle el contrato y todos los documentos que me habían mandado para ayudarme, lo primero que me dijo, sin haber visto nada todavía fue: y con qué garantía te van a prestar el dinero? Quién les asegura a ellos que les vas a pagar si no te piden ni siquiera un aval? Mientras pagan tu primera tarjeta, que pasa con la deuda de las otras?

Las preguntas de mi amigo por supuesto resultaban muy lógicas, yo misma me las había hecho, así que con todo y lo obvio que parecía, le envié los documentos. Después de un par de días, me llamó y me dijo que el contrato no parecía tener nada ilegal pero tampoco explicaba cómo se harían cargo de las deudas, que pasaría si yo no pudiera pagarles y algunas otras cosas que ahora no recuerdo pero que en su momento me hicieron reaccionar, "entonces, ni hablar verdad?", le pregunté yo toda ingenua y me dijo: "quieres mi consejo? Habla con cada banco, llega un arreglo y págales, no hay mejor opción."

Al día siguiente mientras estaba trabajando vi en mi escritorio un sobre, era de uno de los bancos, había llegado hace días pero como ya sabía de qué se trataba ni siquiera me había molestado en abrirlo, pero decidí seguir el consejo de mi amigo: “habla con cada banco” y lo abrí, era un esquema interesante que me permitía pagar la deuda, durante el programa de pagos no podría usar la tarjeta y al final quedaría cancelada, esto claro, tiene sus repercusiones en cuanto a la solicitud de futuros créditos pero yo todo lo que quería ya, era estar libre de toda deuda, el plazo de esa negociación ya había pasado, pero igual los llamé y la respetaron, así pude finalmente cancelarla, hice lo mismo con la siguiente y estoy en proceso de liquidar la última de ellas.

Fue una lección dura y carísima! Ahora compro las cosas cuando tengo dinero para comprarlas, trato de no gastarme todo lo que tengo como si de eso se tratara y aunque probablemente jamás seré un ejemplo de excelente administración, me quedan claros los errores que no debo volver a cometer.

Ah! Por cierto, cuando los de “resuelve tu deuda” supieron que había cambiado de opinión, me llamaban más veces que los bancos para intentar convencerme de tomar su esquema, cuando les dije que ya había pagado las tarjetas que me hacían merecedora de su súper promoción, el fulano que me atendía me dijo que los bancos me habían visto la cara, que me había dejado engañar y que me iba a arrepentir, me lo dijo con un tonito tan insoportable que le dije que no se valía que encima de que me habían querido engatusar me llamaran para prácticamente insultarme y le colgué, nunca más volvieron a llamar.

Moraleja: no gastes más de lo que ganes, reserva un porcentaje de tu sueldo para ahorrar, y no pagues el mínimo, paga el total para no generar intereses… oh, esperen, ya lo habían escuchado?

Ahm… bueno, los dejo entonces con esta: las tarjetas de crédito son pendejas en manos de peligrosos.

;)

martes, 15 de febrero de 2011

El límite de la ambición


Esta entrada bien pudo tener por título: "Cómo decir no y no morir en el intento" y es que, cuando de un trabajo que nos apasiona se trata, podemos perder de vista los límites que separan la sana ambición de superarte, hacer algo trascendente con tu vida marcando de forma positiva la vida de quienes te rodean y la ambición por tener más y más... de lo que sea.

Hace más de un año decidí separarme de una empresa en la que realizaba un trabajo interesante y bien remunerado pero que no era precisamente lo que yo tenía en mente para mi futuro y dado el caso, para mi presente, y me separé porque tenía claro lo que quería hacer, lo que desde hace muchos años, cuando aún era estudiante universitaria, me había marcado como una meta profesional.

Dicha meta era dedicarme a la consultoría y capacitación, por supuesto en mi área de estudio, la Comunicación Organizacional, en aquel momento no sabía que me metería tan a fondo en el mundo de las ventas y mucho menos del comercio electrónico, el caso es que hace más de un año cuando renuncié, sentí que estaba preparaba para iniciar mi camino como profesional independiente.

Cuántas cosas han pasado desde entonces, nuevas experiencias, sociedades, proyectos, pero sobre todo, trabajo, MUCHO trabajo, desde las relaciones públicas, la prospección, citas, citas y más citas, presentaciones y todo aquello que me llevara, por lo menos un paso más cerca de mi objetivo.

De pronto, y especialmente en los dos últimos meses, varios proyectos largamente acariciados comenzaron a concretarse, varios clientes que literalmente perseguí durante más de un año, me dijeron por fin: sí.

Empecé a trabajar de forma entusiasta y viendo como todos mis sueños se hacían realidad, incluso publiqué en mensaje diciendo eso, que mis sueños se estaban volviendo realidad aunque sin nada mágico de por medio, todo fruto del trabajo de tanto tiempo... y de pronto, me encontré literalmente encadenada al trabajo, dedicada a un proyecto y en un momento de "descanso" me permitía unos minutos para dedicarlo a otro y en cuanto terminaba, avanzaba en el siguiente.

Incluso comía junto a la computadora porque no podía permitirme perder ni un valioso minuto, ahora que los clientes estaban diciendo que sí, ni modo que yo dijera que no!

Y entonces recordé un término del que supe hace mucho, se llama "nivel de incompetencia" aunque no se refiere a abarcar mucho y apretar poco, sino a subir y subir de nivel en una compañía desarrollándote magistralmente hasta llegar a un puesto para el que resultas un inepto, pero de cualquier modo, le encontré cierta similitud a lo que me estaba ocurriendo.

La tan añorada independencia, no era tal, los proyectos seguían llegando, me encontré como en mi nada lejana juventud... cof, cof... en la que justo cuando tenía novio era que surgían pretendientes! Ahora justo cuando tenía más trabajo parecía que todos querían trabajar conmigo!

Me empezaron a llegar, como dije antes, respuestas afirmativas de clientes a los que literalmente perseguí por mucho tiempo y propuestas externas empezaron a llegar de la nada, desde asesorías hasta distribuciones y concesiones.

Por supuesto primero pensé en términos financieros, haciendo cálculos de lo que ganaría de tal proyecto, sumado a tal otro y al otro y al siguiente, pero el tema del nivel de incompetencia me seguía acechando, acompañado de refranes como "el que a dos amos sirve, con alguno queda mal"... ahora imagínense tres, cuatro, quizás cinco, era una locura.

Me di cuenta que el verdadero sueño no era ser independiente para poder tener todos clientes que fuera capaz de atender y hasta los que no!... el sueño era en realidad, tener la posibilidad de elegir.

Una de las empresas a las que me había acercado, subsidia a una empresa más pequeña, el Director de la primera quería trabajar conmigo pero el dueño de la segunda, no, así que mientras uno me decía que iniciara el proyecto, el otro me decía, sin la más mínima educación, además, que él no lo autorizaba y hoy después de mucho estire y afloje, decidí que soy yo la que no quiere ese proyecto, agradecí al primero, se lo aclaré al segundo y volvió la paz.

No todo es trabajo, no todo es dinero, este par de afirmaciones parecieran ser tan evidentes que ni siquiera haría falta mencionarlas, sin embargo, hace falta sí, porque, al menos yo, me estaba perdiendo en un mar de proyectos que a la larga, seguramente más de uno, hubiera terminado en fracaso.

Respiré, valoré, elegí y estoy contenta con la decisión, por un lado canalizando algunos proyectos con otros profesionales que seguramente harán un excelente trabajo y por otro desechando aquellos que no traerían más que un desgaste intelectual y emocional que no se paga con nada y que si fuera yo muy mala leche, se los recomendaría a algún colega que me cayera mal, pero muy mal... naaaah, eso no lo haría, pero pensarlo ya es una buena travesura.

Nada hay tan estimulante como un trabajo que te apasiona pero más allá de encontrar el tenerlo a montones como una señal de éxito, es la capacidad de elegir, al menos para mi, en este caso, lo que me dice que nada de lo que hice en todo este año de trabajo, ha sido en vano. Libertad de elegir, decidir y disfrutar... nada define mejor la verdadera independencia.

No existe el verdadero éxito en una ambición sin límites.