martes, 6 de marzo de 2012

Espíritu de carnaval...


Desde que llegué a Minas, encuentro cada día algo que me causa asombro y de vez en cuando los que “juegan de local” encuentran en lo que les cuento, algo que les asombra, si dentro de un mismo país las palabras, costumbres y hábitos cambian de un estado a otro (o de un departamento, como les dicen acá), ya podrán imaginar lo que será de un país a otro, y es así que me encuentro con que el tamaño de las fotos no lo expresan en pulgadas sino en centímetros y las medidas que yo creía “universales”, pues no lo son, que la pechuga de pollo acá es suprema, los frijoles, porotos y el aguacate, palta, que no sabía lo que eran hojas Tabaré ni conocía la diferencia entre carpeta y bibliorato, y ni mencionar las palabras que en México son de uso común y acá resultan ser una barbaridad impronunciable.


Pero las novedades no me complican, por el contrario, disfruto conocerlas y vivirlas. Una de esas novedades para mí, es el Carnaval, si bien en México hay algunos departamentos, como Veracruz (tierra de mi padre) que celebran el Carnaval, no es por mucho, una fiesta nacional.


En el 2005, de visita por Minas, estuvimos un momentito en el desfile, mi hija era muy chiquita y se quedó dormida en su carreola así que realmente no guardaba ninguna memoria de aquel evento, este sería para ella oficialmente, el primer Carnaval.


Esperamos juntas el veintiuno de febrero como niño que espera la Navidad y a las ocho de la noche ya estábamos más que listas para ir a la Avenida Varela. Mientras nos acercábamos a Carabajal, cada vez eran más personas las que caminaban en el mismo sentido que nosotros y eso hacía crecer la expectación, provocaba apretar el paso.


En la esquina de Varela y Carabajal se presentaban unos parodistas, pero vimos solo la parte en la que se despidieron y bajaron del escenario, así que antes de que la gente se dispersara, caminamos hasta un punto cercano al jurado “acá se van a lucir” decía mi marido, por ahí encontramos un pedacito de cordón de la vereda libre (voy aprendiendo, en “mexicano” hubiera dicho “un cachito de banqueta”) y nos sentamos a esperar.


Mi hija, de naturaleza más bien tímida, estaba pegadita a mí y en un momento me confesó que “tenía miedo”, no es miedo - le dije - es emoción!… el tiempo transcurría y aunque haciendo cuentas fueron apenas unos minutos, nos pareció eterno. Comenzaron a aparecer vendedores de cualquier cantidad de cosas: papelitos, serpentinas, espuma, máscaras, antifaces, pelucas, varitas, burbujas, pops (palomitas, para nosotras), papitas, algodones, la calle estaba cada vez más llena de personas, la gran mayoría eran familias completas, desde el más chiquito hasta el más veterano, todos listos para recibir a la primera comparsa.


Los niños se paraban a media calle y regresaban a la vereda para decirle a sus Mamás “están lejazos todavía”, para hacer más corta la espera me decidí a llamar a un vendedor de antifaces, mi hija eligió uno y yo otro, que al final ni pude usar porque si me lo ponía encima de los lentes no veía nada y quería tomar fotografías! Mi hija parecía más un super héroe que alguien de carnaval pero estaba feliz con el antifaz, al poco tiempo una señora se acercó a ofrecer pintarle la carita:
  • "Querés una flor?"
  • Mejor una Mariposa! – dije yo
  • "Ah, pero las mariposas me quedan feazas"
  • Por eso digo, que una flor está bien
Ya de antifaz y con una flor pintada en la mejilla, mi hija estaba cada vez más animada y de vez en cuando se paraba en medio de la calle como los otros niños, a ver si por fin nos alcanzaba el desfile, después de varios intentos por ver algo, al fin vino a mi corriendo para decirme “ya vi unas banderas!”


En el sonido local solicitaron a todas las personas que despejaran la avenida y pidieron a grandes y chicos NO lanzar espuma a los integrantes de las comparsas, como una forma de respeto al esfuerzo y dedicación que pusieron en sus trajes, maquillaje e instrumentos. Todos los niños regresaron a la vereda y por fin el retumbar de los tambores comenzó a escucharse “lo siento en mi pancita” decía mi hija.


Y de pronto, “bam!” fue como si una explosión de color tuviera lugar a unos metros de nosotros, las bailarinas, vedettes, escobilleros, gramilleros, Mamá Viejas, disculpen si aún no sé todos los nombres, pero los vi a todos! Apoderándose de las calles, de las miradas, de las sonrisas! Flotando por la avenida, impulsados por el aplauso del público.


Entre una comparsa y la siguiente, parecía que los niños que querían lanzar espuma estaban a punto de estallar por la petición de no usarla contra las comparsas, así que encontraron la mejor solución al tema, llenarse de espuma entre ellos! Junto a la espuma, volaban las burbujas y los papelitos de colores y los niños en lugar de alejarse, se ponían al alcance del bote más cercano para luego estallar en carcajadas cuando la espuma los alcanzaba.


Cuando me di cuenta, mi hija ya estaba jugando con los otros niños, dejándose rociar por la espuma y persiguiendo burbujas, yo no podía creerlo! Ella, como dije antes, es muy tímida, pero mucho! Jamás la imaginé jugando así con niños que jamás había visto antes, de los que no sabe ni su nombre ni nada.


Luego venía otra comparsa y de nuevo todos corrían a sus lugares, mi hija se sentaba junto a mí y cuando las banderas en esa maravillosa interacción en la que acarician al público llegaban hasta nosotros, se levantaba con los otros niños y alzaba las manos para tocarla, como si se tratara de un lienzo mágico que le brindara más alegría para seguir brincoteando apenas terminara de pasar.


La ceremonia se repitió una comparsa tras otra, todas maravillosas, llenas de ritmo, de alegría. De pronto algún bailarín sorprendía por su ritmo, una vedette por su belleza, un escobillero por su habilidad o un gramillero por su alegría, mientras los tambores sonaban como uno solo, formado de muchas almas. Todos cumpliendo su misión, todos protagonistas.


Al día siguiente, veía las fotos una y otra vez, trataba de recuperar la sensación del día anterior, el repique de los tambores, los aplausos, las voces, la imagen de mi hija persiguiendo una burbuja, quería volver a entrar en ese estado ideal de felicidad, esa celebración de la vida que te hace olvidar todo lo demás, que te convence de que solo existe el color, la música y la alegría… entonces todo fue claro, entendí que para volver a sentirlo, tenía que esperar un año completo, comprendí por qué las comparsas se preparan todo un año para llegar a ese momento en el que nada puede salir mal, en el que todo ha valido la pena, en el que su misión está clara, en el que encarnan y transmiten el espíritu del carnaval y permitirse contagiarse es casi una obligación.


Me gusta pensar que ese espíritu ya habita en nosotros y volverá el próximo año para dejarse sentir aún con más fuerza… y ya lo estamos esperando.