lunes, 30 de julio de 2012

Surfer Godínez


Mañana cumpliré 29 años, tal como lo he venido haciendo desde 7… bueno, a decir verdad, no me molesta la idea de acercarme a los 40, con frecuencia entre amigas bromeamos con aquello de: “me dijeron que al cumplir los 40 tendría todo resuelto, no que lo tendría todo re-suelto”, y no es que las canas, las arrugas y otros síntomas inequívocos de que la juventud se está despidiendo (miren que no ha terminado) para nunca más volver, estén recién por asomarse, sino que al menos en mi caso, son más frecuentes los momentos de reflexión y recapitulación, no como una forma de atarse al pasado, sino como una manera de regocijarse de las cosas que me han tocado vivir, y ver si aprendí o no de las que no fueron gran motivo de regocijo. Arrepentirse, en cualquier caso, está fuera de toda consideración.


Tengo un amigo en México bueno, tengo varios, pero este en particular se encuentra desde hace algún tiempo en la encrucijada de elegir entre ser un “surfer vagabundo”, como él mismo se autodenomina, o un “Godinez”, que es la forma cómico/despectiva en que suelen referirse a personas que trabajan en oficinas, particularmente en oficinas de instituciones públicas. Se usa a tono de broma e incluso algunas personas que trabajan en otro tipo de empresas, se llaman a sí mismos o a algunas actividades, “Godinez”.
El caso es que en muchas de estas conversaciones, yo, metiéndome en donde no debo, le he comentado que quizás no tenga que elegir necesariamente entre una y otra, que también en las ciudades con playa hay instituciones de gobierno, pero él dice que para adoptar la vida de “surfer vagabundo” que desea, otras cosas de su entorno también deberían cambiar, como su trabajo, horarios y otras cosas de las que seguramente él sabe más que yo.
Lo importante acá, es que siempre llegamos a la misma conclusión (entonces para qué siguen hablando, dirán ustedes), y esa conclusión es que nuestra historia como seres humanos está construida en base a elecciones, que algunas veces tienen buen resultado, otras no, pero necesariamente, sin importar nuestro momento o circunstancia, tenemos que elegir, y con frecuencia, por no decir siempre, la elección de una cosa es la renuncia de algo más, y generalmente (de nuevo, por no decir siempre) esa renuncia cuesta, incluso puede ser que duela, y pasa a formar parte de una larga lista que nosotros llamamos, la lista de “What ifs”, o dicho de otra forma, la lista de los “Que talsis”, que ya en otra ocasión había mencionado por aquí.
Sé que vivir en el pasado no es nada recomendable, pero muchas veces nuestros momentos de reflexión, y seguramente todos los de retrospección, nos llevan a tratar de imaginar, cuál sería nuestro actual escenario de haber tomado determinadas elecciones en lugar de las que efectivamente llevamos a cabo.
Este ejercicio de ver hacia atrás, aunque como dicen en mi pueblo: “pa’ atrás ni pa’ agarrar vuelo”, puede provocarnos varios sentimientos, como la frustración de no haber tenido la disciplina para ser una atleta destacada o bailarina (aunque para esto además me faltaba como medio metro de piernas), la derrota de reconocer en qué momentos las decisiones que tomamos sin duda fueron las equivocadas, la alegría de saber distinguir nuestros aciertos, y la maravilla de saber que podemos convertirnos en mejores personas si es que algo aprendimos en el camino.
Hoy, en el umbral de mi cumpleaños número 37, concluyo que hay que cientos de cosas que no he conseguido, pero todos los días encuentro ejemplos de que esto no se acaba hasta que se acaba, y que mientras la vida siga, la capacidad de elección también, y por otro lado, encuentro en mi escenario actual los resultados de elecciones que han dado excelentes frutos.
Me gusta estar en donde estoy, aquí y ahora, consciente más que nunca de lo difícil que es empezar desde ceros a una edad en la que alguna certeza debería tener, estoy aquí y ahora con la gente que no solo me es importante, sino indispensable, y de que ser trascendente en sus vidas, es quizás el más alto logro conseguido, y es al mismo tiempo, uno que nunca me planteé.
Vivo en constante agradecimiento hacia quienes desde México siguen estando a mi lado, hombro con hombro, a quienes aquí me han recibido abriéndome su corazón de par en par y se han mostrado sinceramente interesados en que mi integración y la de mi hija, sea más sencilla, e incluso hacia quienes sin conocerme han sabido ser solidarios con sentimientos y acciones.
Estoy tan contenta como asustada con las posibilidades que representan los años por venir (sean los que sean), orgullosa de saber quién soy hoy y con quien puedo contar, y aún en el ejercicio constante de entender y aceptar lo que no soy, y lo que aún estoy a tiempo de ser… bailarina, ya dijimos que no.
Tal vez seguiré discutiendo con mi amigo surfer, acerca de si debe atreverse a dejarlo todo y mudarse junto al mar, o quedarse en donde está y seguir haciendo carrera como funcionario público, y esta vez tendré cuidado de advertirle con total sinceridad y conocimiento de causa, que empezar de nuevo no será nada fácil, aunque siempre que esté convencido de lo que quiere, cualquiera que sea su elección, va a ser la buena, aún cuando resultara ser la equivocada. Porque es preferible aprender del error, que vivir abrazado a una duda.
Al fin y al cabo, citando a Nietzche: “Quien tiene un por qué, es capaz de soportar cualquier cómo”.

No salimos tan mal


Soy abiertamente culpable de amar la tecnología, desde mis primeros contactos con ella, cuando aprendí a operar una grabadora de dos casetes, o a arreglar la videocasetera de casa que dos por tres se quedaba en el atarante o le daba por enrollar la cinta, hasta la actualidad del internet, las redes sociales y los teléfonos inteligentes, pasando por mi descubrimiento personal del correo electrónico y sus ventajas.

Formo parte de la generación que presenció cómo el mundo de la tecnología mudaba de lo analógico a lo digital y celebro cada una de sus novedades, como niña con juguete nuevo… aunque no todo es miel sobre hojuelas. En ese mismo cambio tecnológico, hemos cambiado como sociedad, y no termina de quedar claro si ha sido la tecnología la que va avanzando a la par de la sociedad, o finalmente como en las peores visiones futuristas, la sociedad no ha tenido más remedio que cambiar para adaptarse al frenético crecimiento de la tecnología.

Esta semana, después de muchas súplicas, por fin mi Mamá, de 62 años, se decidió a tomar clases de computación. Como Dios le ha dado a entender, se ha mantenido en contacto conmigo y con su nieta a través de facebook y de skype, pero no tardó en advertir que había mucho más de provecho que podía obtener del uso de la computadora y el internet; desde el hecho de poder comunicarse con sus proveedores y clientes que han desterrado ya casi por completo el uso del fax y ahora todo lo envían por correo electrónico, hasta la posibilidad de llevar un registro contable que ella, desde siempre, ha llevado de su puño y letra.
Sobra decir que me siento muy orgullosa de ella, como lo estoy por ejemplo de mi Suegra, mi Tía y muchos hombres y mujeres que han enfrentado el temor (porque es natural sentirlo) a lo nuevo, a lo diferente, a lo desconocido y ahora incursionan exitosamente en el mundo digital. Mi Padre por otro lado y como muchos otros, es más del tipo autodidacta, así fue como aprendió a tocar la guitarra y el piano, y a hablar inglés, así que avanza cuanto puede, cada vez que puede, y lo hace bien.
Por otro lado, está la generación de mi hija, que parece haber nacido con un instructivo integrado para cuanto artefacto tecnológico cae en sus pequeñas manitas, tiene casi 9 años, todavía no consigue recitarme completa la tabla del 8, pero que no le aparezca un juego nuevo en la computadora, porque domina en segundos hasta sus más intrincados acertijos, y así lo hacen niños todavía más pequeños que ella y de los más grandecitos, ya ni hablamos.
Para dejar todavía más clara la enorme brecha tecnológica que nos separa entre generaciones, baste decir que unos meses antes de venir a México, cuando separábamos las cosas que se quedarían y las que traeríamos, brotaban y brotaban cajas con mis recuerdos de otros tiempos: música, dibujos, cuadernos, cartas, y de pronto… de entre aquel revoltijo, mi hija vino corriendo hacia mí con un reproductor de casetes, uno de esos famosos “walkman” que estaban de moda cuando yo estudiaba la preparatoria, y me dijo: “qué es esto?” …no supe si reír o llorar, sobre todo cuando en la explicación de su funcionamiento, me sorrajó otra pregunta acerca del mesozoico: “y qué es un casete?”
Y bueno… hubo también algo de nostalgia, me hubiera gustado que ella escuchara música en un casete, y aprendiera a regresarlo con un lápiz como hacíamos nosotros, o pasara horas junto a la radio esperando la canción que le gusta para grabarla en lugar de simplemente entrar a internet y descargarla.
Tal vez llega un punto en el que cada uno piensa que sus épocas fueron mejores, hay quien dice que “tiempos pasados siempre fueron mejores” y quienes aseguran que “tiempos pasados siempre son anteriores”, como diciendo que hay que dejar ir el pasado, abrazar el presente y tirarse de cabeza al futuro, esperando que todo salga bien.
Pero yo, amando como amo el mundo tecnológico, y creyendo como creo, que hay que vivir el presente porque es lo único real que experimentamos, pienso también que hay mucha cosa que no hacía falta en este mundo.
Creo, porque además lo he vivido, que el exceso de conexiones tecnológicas se vuelve inversamente proporcional a las conexiones humanas, que como seres humanos, aprendemos más de las relaciones diarias con otras personas, que de todo lo que podamos leer en wikipedia.
Mitchell Kapor, fundador de Lotus 1-2-3, dice que ”Pretender obtener conocimiento de Internet, es como intentar beber agua de una toma de agua para incendios”. La cantidad de información y sus posibilidades de interconexión, rebasan a cualquier ser humano, lo absorben, y si no se tiene cuidado, lo atrapan.
Tengo facebook y twitter, y me encanta, como me gusta que mi hija tenga cierta destreza para moverse en el mundo digital y me interesan y asombran las grandes cosas que pueden lograrse a través de este, pero en alguna ocasión caí en la trampa de creer que ese mundo digital puede reemplazar al verdadero, y ahora tengo mucho cuidado para que algo así no vuelva a ocurrir.
Internet es un espacio amplísimo y plural, tanto, que da cabida también a lo más oscuro del ser humano, y acceder a ello es tan fácil, como hacerlo a lo bueno.
Supongo que lo que quiero decir, es que tan maravilloso es exprimirle a internet y a todo tipo de tecnología lo bueno que tiene para ofrecer, como grandioso es caminar por la calle, tomar un café, platicar con el vecino, pasear al perro, jugar a la pelota o llevar un diario escrito a mano.
Ojalá no lleguemos, como en otros países, al punto que sea necesaria una campaña de concientización para entender que es necesario desconectarse para recuperar al menos un poco de individualidad… y de humanidad.
Yo, pertenezco a la generación en la que jugábamos en la calle por horas, por HOOOORAAAAS les digo, que usábamos ábaco y teníamos que ir a la biblioteca cuando la tarea de la escuela requería investigación, que para comer helado nos lo teníamos que ganar con nuestras acciones, que si me regañaban en la escuela, la que tenía que rendir cuentas era yo, y no la maestra.

Soy de una generación que tenía que memorizar los teléfonos de sus amigos y que para hablar con ellos, se tenía que tomar la molestia de marcar y a cambio obtenía el privilegio de escuchar su voz… hasta que la madre de alguno dijera que ya era de colgar.
Soy de una generación en la que las fotos eran para compartirse con los seres queridos y atesorarse en una cajita que de cuando en cuando se revisaba en familia, una generación en la que nosotros éramos el control remoto y cuando tu Padre gritaba desde la otra pieza que vinieras a cambiar de canal, lo hacías sin chistar (y que ahora lo recuerda con nostalgia).
Pertenezco a la generación en la que nosotros creábamos los personajes de nuestros juegos y decidíamos lo que eran capaces o no de hacer, y no al revés.
Sin embargo, tengo fe, mucha fe en esta generación que crece a la par de la tecnología, y creo, que para ayudar a que sean mejores, su realidad debe estar dotada de más… pues justamente de eso, de más realidad.
Celebro los esfuerzos de muchos padres de familia que se empeñan en fomentar y valorar las conversaciones, los libros, los paseos, la música… los asaditos… y todo aquello que mantiene unida a una familia, y por tanto a una sociedad, que a su vez, nos vuelve más humanos.
Soy de una generación sin internet, sin wii, ni playstation, twitter o facebook… y no salimos tan mal... o sí?