lunes, 28 de enero de 2013

Tiempos pasados siempre fueron anteriores

Desde que llegué a Uruguay, o mejor dicho... desde antes de poner siquiera un pie en tierras uruguayas, a través de Benedetti y Zitarrosa, me llegó ese inconfundible toque de nostalgia y melancolía que he logrado constatar durante este primer año viviendo por acá, y de hecho esta no es la primera vez, y seguramente tampoco será la última, que toco ese tema, porque simplemente me es inevitable.

Por supuesto la familia de mi esposo, que es ahora mi familia y la de mi hija, no está exenta de vivir esta nostalgia, es de hecho un claro y vivo ejemplo de lo que hablo. La fotografía que acompaña esta entrada es la del bisabuelo de mi hija, un madrileño que llegó a tierras uruguayas y se convirtió en maestro confitero, fue tal su éxito que abrió una confitería, que en una muestra más de nostálgico recuerdo, se llamó "Confitería Madrid" y que aún ahora, a varios años (décadas ya) de que desapareciera, sigue en el recuerdo de mucha gente, tanto por su calidad humana, como por las delicias que confeccionaba.

Creo que esta pequeña anécdota sirve un poco (o un mucho), para entender el por qué de la nostalgia uruguaya, y es que los extranjeros que por una u otra razón se quedaron a vivir en el paísíto (como le dicen cariñosamente), al parecer vivían con esa continua dualidad entre sus orígenes y el lugar en el que echaron raíz, siempre con la idea de volver, por lo menos de visita, a la tierra que los vio nacer.

Cabe decir que si bien este país, al igual que México fue conquistado por españoles, tiene también influencia de diferentes países europeos, principalmente Italia y Francia, aunque hay departamentos (estados) con colonias completas de alemanes y rusos, lo que creo que explica de sobra el hecho de que una generación tras otra, se vean obligadas, casi por instinto, a mirar hacia atrás.

Y es gracias a esa "cultura de la nostalgia", que mi hija y tantos otros niños de su generación, y de las generaciones venideras, tienen acceso a diversos documentos gráficos y objetos que han pertenecido por generaciones a su familia, desde retratos de la abuela cuando era niña, hasta el documento de identidad del bisabuelo, y el jazmín que el tatarabuelo plantó en el jardín, y se conserva como un tesoro, la cartera que la bisabuela llevó a la boda de no sé quien, los gemelos que el bisabuelo usaba para ir al banco, los binoculares del otro bisabuelo (indispensables para ir al teatro) y la cajita que el bisabuelo le dio a la bisabuela cuando eran novios.

Decenas de fotos familiares, de paisajes, recortes del diario, listones y encajes, como yo sólo había visto en las películas, constituyen ahora parte del patrimonio de mi hija y espero que un día también lo sean de sus hijos y sus nietos... cosa que no es tan difícil de creer, si consideramos que algunos de esos objetos ya rondan el siglo de existencia.

Tengo la impresión de que ella aún no comprende en su totalidad la riqueza histórica que tiene a su disposición, pero confío en que pronto lo hará, mejor dicho, me aseguraré de que lo haga, y por otro lado, siento la obligación de recuperar algunas de las fotos que dicen algo de mi, para que haya una evidencia gráfica de su familia mexicana, que si bien tengo a la mano en versión digital, no tendrán el mismo significado que tienen los objetos que sabes que una vez, hace mucho tiempo, en otro siglo incluso, estuvieron en las manos de los que te antecedieron.

Cuando estaba embarazada y el Doctor nos dio la noticia de que esperábamos una niña, le dijo a mi marido en tono de broma: "Lástima, no se va a preservar el apellido... cuál es?" y cuando mi esposo respondió: "García", dijo "ah bueno, García hay muchos, no se va a acabar nunca", y todos nos reímos.

Pero ahora sé, que "preservar el apellido", no tiene que ver necesariamente con tener uno rimbombante, o que este permanezca inscripto en las actas de nacimiento de las nuevas generaciones, sino con conocer su historia, y reconocerse como parte de ella, encontrar su lugar.

Así, cuando alguien le diga a Luna que "Garcías hay muchos", ella sepa que aunque eso sea verdad, ella proviene de una rama en particular, la del Maestro García de la confitería Madrid... y de Juan Valladares del molino en San Andrés, y la de los Huerta, y los Olmedo, los Oggero, los de la Cruz, los Hernández...

martes, 15 de enero de 2013

La espera


Pasa el invierno al sol y el verano a la sombra, con la piel curtida por dolores añejos, algo de caballero queda en su voz pausada, que musita un "Buenas tardes, Señora", en cada oportunidad.

Con el pasado a cuestas, espera... y espera sin saber a ciencia cierta, qué es lo que espera, y sin embargo, tiene la certidumbre de que va a alcanzarlo ahí, justo en ese punto de la calle semidesierta de un pueblo que solo Dios sabe que existe, de un punto que no ha merecido mención alguna en un mapa local siquiera, de un sitio que no tiene nada especial, nada particular... excepto para él, para eso que  espera, y para la Señora que un poco confundida le contesta todos los días: "Buenas."