lunes, 13 de julio de 2015

Crecer era urgente

El 3 de julio cumplió años una de mis mejores amigas de… digamos, la pubertad, adolescencia y el resto de la vida, y como al parecer la distancia acrecienta las nostalgias, el día de su cumple se me antojó ponerme a recordar cómo gastábamos el tiempo que entonces parecía inagotable y ahora no alcanza para nada.

Casi todas las tardes (o al menos aquellas en las que conseguíamos más de cien pesos cada una), llevábamos nuestra humanidad y nuestros 15 años, a una cafetería que… bueh, ahora puedo decirlo, era muy linda, una cadena prestigiosa por toda la república, pero era un asco. Hasta ahora nos burlamos del café sabor calcetín hervido que nos recetábamos por horas porque era gratis! Bueno, no completamente, pero al pagar una taza, la llenaban una y otra vez mientras permanecieras en el local (lo que explica la calidad del café, probablemente solo era agua pintada), tratábamos de disimular la austeridad de nuestros bolsillos pidiendo además una rebanada de lemon pie o cualquier otra cosa que no pusiera en evidencia, lo que ahora que soy “grande” comprendo que saltaba a la vista: que éramos un par de niñas, jugando a ser grandes.

Acá un paréntesis para hablar de mi relación con el café, que es aún más antigua que con mi buena amiga Perla, cuando era niña, digamos unos 7 años, le insistía a mi Mamá que me diera café con leche, ella me decía que no era adecuado para mi edad y yo me enojaba, hasta que un día la cansé con el tema, me dio una taza de leche caliente, me acercó el café, el azúcar, una cucharita y me dijo: “preparate uno” y allá fui yo feliz de la vida pero sin idea ninguna de lo que hacía, a ponerle unas seis cucharadas de café y media de azúcar (o algo así), meneé la cuchara mientras salivaba y luego escupí aquel brebaje tan pronto como tocó mi lengua, mi Madre dio el tema por cerrado y ahí entendí que aquello no era para mi.

No sé exactamente cuando fue que comencé a tomarlo pero lo que sí sé es que aquellas tardes en VIPS con mi amiga Perla, me parecía que tenía todos los años del mundo y que eran suficientes para tomarme tantas tazas de café como horas duraran nuestras tertulias vespertinas. Recuerdo que nos esforzábamos por ponerle la crema de la forma adecuada, dándole vuelta a la cucharita para que se derramara suavemente sobre el café y al hacerlo sentíamos que habíamos envejecido por lo menos unos cinco año más.

De a poco, se volvió nuestro hogar. El capitán de meseros, hombre hecho y derecho, seguramente estaba al tanto del amor que le profesábamos y de vez en cuando nos regalaba una sonrisita que nos dejaba suspirando hasta el día siguiente. Algunas de las meseras también nos conocían y creo que jamás nos pusieron una mala cara cuando pedíamos, con la mano temblorosa y algo de hipotermia, la taza número doce.

Se nos iba la vida en bromear y reír y volver a bromear, ahí aprendí lo saludable que es reírse de uno mismo y sin saberlo tomé el más amplio curso de ironía y sarcasmo que haya podido completar. La vida era simple, excepto cuando hablábamos de nuestros amores imposibles que entonces eran muchos, eran todos! Pero entonces venía de nuevo el capitán y con otra sonrisa nos borraba de un saque el nombre de todos los demás.

Hablábamos de nuestras familias, chusmeábamos de la escuela y los compañeros, aunque no estudiábamos juntas, estábamos en la misma secundaria y teníamos amigos en común, entre ellos algunos que se sumaban y desaparecían de aquella mesa que siempre tuvo dos lugares seguros, el de Perla y el mío.

Cada sueño por loco que pareciera, era más posible que cualquier amor, y cada amor más relevante que cualquier sueño. Crecer nos era urgente, una prioridad. La de cosas que haríamos cuando creciéramos!

Y como dicen por ahí “ten cuidado con lo que deseas”… y el tiempo, que sigue siendo inagotable en el mundo aunque claramente finito para cada una, se encargó cumplir aquel deseo, y crecimos… y se acabaron las charlas en el café y ahora no recuerdo ni el nombre del capitán, sé lo que ha pasado en la vida de algunos de los que compartieron aquella mesa y a otros no los he vuelto a ver.

Perla por otro lado, me acompañó en mi fiesta de XV, en algunos paseos, en muchas bromas y charlas, estuvo en mi boda y en el bautizo de mi hija, luego el tiempo, la distancia y la vida, fueron haciendo de las suyas y por un tiempo no supe más de ella, hasta que gracias al maldito/bendito facebook, volvimos a encontrarnos y a recordar nuestras andadas y alegrarnos por las cosas buenas que le pasan a la otra y preguntándonos si todo lo demás estará bien y queriendo estar presentes aunque sea así, por fotos, me gusta y comentarios.


Crecer era urgente y ahora que ocurrió, miro a Perla en su foto de perfil con una peluca de colores y una nariz de payaso, y la mía que es un personaje de caricatura infantil y me queda claro lo que aprendimos al convertirnos en adultas. Aunque volver atrás es imposible, debemos ser fieles a la esencia de lo que somos, tener presente lo que nos hizo felices y poder regresar a esos lugares, siempre que nos sea posible, aprendimos que sin duda, ahora, recordar es urgente.