lunes, 24 de julio de 2017

Las tardes en el silo

El aroma agrio y dulce del silo vuelve a mi memoria con una claridad que me sorprende, también la textura de la paja y lo bien que amortiguaba las caídas en nuestras luchas mano a mano, que no tenían más objetivo que derribar al otro, morir de risa y volver a empezar.

No recuerdo cuántas veces fui ni cuánto tiempo pasé ahí pero el que haya sido fue poco y te fuiste tan pronto que quisiera haber estado ahí cada tarde, el Pollo me dijo que Dios te había llevado antes de que el mundo te corrompiera, eras el más puro de todos, más que la paja y el trigo, más que la tarde y el sol.

Una combinación exacta de amigo y cómplice, éramos los malqueridos, los que eran demasiado chicos para jugar con los demás y muy grandes para andar con niñerías, pero el silo era nuestro y el aro de basket cuando no había grandes, y la cochera de casa cuando los adultos hablaban adentro, era todo lo que teníamos y era todo lo que necesitábamos.

Hace veinticuatro años que no estás y aún basta un ruido, una escena, un olor, para recordarme lo mucho que te quería, y el último día que compartimos y que a pesar de haber sido testigo, conservo como una bendición, y la última vez que te vi, y estabas ahí pero ya no eras tú y después supe que a veces las pesadillas se vuelven realidad y sólo me quedó esa foto con el dije calado del Ché, del que ninguno sabíamos demasiado pero a mi me pareció padre y te lo compré y a ti te gustó y te lo ponías y ahí sigue, colgando sobre tu playera mientras sonríes a la cámara.

Te escribí un poema del que ahora me arrepiento porque era cursi y con rimas forzadas, ese está en tu casa, tus Papás lo pusieron en un marco con fotos tuyas, no me gusta, pero les gustó a ellos y ahora vive ahí donde exististe, escribí otra vez sobre ti, salió en una revista y no tengo copia, me siento en deuda contigo, siento que nunca voy a acabar de expresar lo importante que eras para mi, hasta la palabra “hermano” es demasiado poco.

Me quedé creciendo sola, sin nadie a quien hacerle aquellas preguntas elementales pero que eran altamente relevantes cuando teníamos dieciséis. Nadie va a saber jamás lo que hablamos, ni las dudas que concitamos, las charlas que espiamos ni las confesiones que hicimos. Nadie jamás ocupó tu lugar.

Ayer mientras veía con mi hija adolescente (tan adolescente como lo fuimos nosotros) un programa de juegos en el que los participantes rodaban sobre paja, no pude evitar recordarte y luego reír con ella durante todo el programa, al mismo tiempo que te pensaba y aguantaba las ganas de llorar, lo que para ella hubiera resultado completamente incomprensible, y para evitar romper en llanto abrí la boca y dije “recuerdo las tardes en el silo” mientras ella me ignoraba olímpicamente y yo te pensaba otra vez.