domingo, 7 de octubre de 2012

Estoy en el rincón de una cantina…


Si bien esta es la parte de una canción de José Alfredo Jiménez en el que advierte a su amada que está a punto de emborracharse por su amor, (él no quería, pobrecillo) en realidad hoy quiero hablarles de una cantina diferente, a ver si me explico:

¿Le ha pasado, querido lector, que una tarea en apariencia simplísima de concretar, que además resulta tener cierta relevancia para obtener un importante beneficio personal, va quedando relegada una y otra vez, sin que haya una razón verdaderamente razonable para que así sea?

¿No es cierto que al iniciar sus labores cotidianas tiene clara desde el primer minuto la prioridad de cada uno de sus asuntos pendientes, y no queda duda de qué cosa es más importante que otra?

¿Se ha preguntado por qué justo cuando pensaba tomar el teléfono para hacer esa llamada, o acercarse a la computadora para escribir la famosa carta que necesita, o caminar hasta la oficina en la que debe iniciar un trámite, recuerda que la manija del segundo cajón de la alacena (que por cierto nunca usa) está algo floja y usted no parece tener empacho en dedicarle tres horas a dicho asunto postergando lo que se supone que era urgente?

Pues bien, ese sitio en el que nos refugiamos para no hacer lo que de sobra sabemos que TENEMOS que hacer, es una cantina. Los más modernos se refieren a esto (principalmente cuando se pierde el tiempo vagando por internet) como “procrastinar”, pero como a mí me cuesta trabajo la palabrita, suelo usar alguna mexicanísima expresión en su lugar, algo como “nomás se está haciendo pato”, y otras mucho más divertidas pero políticamente incorrectas para ser compartidas en este espacio.

Una vez aclarada la terminología, volvamos al tema de las cantinas, cada quien crea su propia cantina, para algunos es la televisión, para otros, como ya dijimos, el internet, y otros más, crean cantinas que no son del todo improductivas, lo cual puede dar la sensación de que se está haciendo algo bueno, aún cuando lo importante se deje de lado, hasta el momento en que es urgente, y luego nos pasamos la vida solucionando cosas urgentes, y así, entre urgencias y cantinas, la vida se va volando.

Sí, sí, ya suena que suena algo exagerado eso de “la vida se va volando”, ¡Pero es así! Con una impresionante facilidad se nos van los días, los meses y hasta los años, sin llevar a cabo cosas que aparentemente tenemos decididas desde hace tiempo.

Un cuento que me gusta mucho compartir en ciertas charlas sobre este tema, es el de un hombre que después de dos inviernos (léase dos años), se pone un abrigo que por diversas razones no había utilizado en ese periodo de tiempo, y al meter las manos en los bolsillos descubre el recibo de una zapatería a la que había llevado un par de zapatos para arreglar y cuya fecha de entrega estaba marcada para cuatro días después de haberlos dejado en reparación.

El hombre, además de darse cuenta de por qué no encontraba esos zapatos, decide ir a la zapatería a ver si todavía los tienen por ahí, solo para darse cuenta, para su sorpresa, que el zapatero todavía no los arregla, por supuesto el hombre increpa al profesional del calzado para preguntarle el por qué de la demora (superior a dos años, claro está), y el zapatero responde: “porque le di fecha para cuatro días y nunca vino”.
Para explicarlo mejor, como el hombre jamás pasó, pues él no se presionó para repararlos, no importa si él sabía o no que tenía que entregarlos, importaba que no hubiera nada que lo obligara a hacer, lo que tenía que hacer.

Pues bien, en muchas ocasiones somos como este zapatero, y postergamos todo tipo de cosas, desde comprar un nuevo par de medias, hasta escribir un testamento, pasando por todo tipo de trámites y acciones ya sea que tengan que ver o no con nuestro trabajo.

La primera instructora que me habló de “las cantinas”, explicaba que no había que considerarlas un vicio, ni nuestro mayor enemigo, porque las cantinas son hasta necesarias y tienen una función importantísima en el día a día, son un lugar estupendo a donde escapar, en el que abstraerse de la realidad, una zona de confort en la que todos, en algún momento del día, nos merecemos estar.

Por supuesto el problema viene cuando pasamos el día entero en esa cantina, en lugar de programar un espacio para ello y darnos permiso, conscientemente, de perder el tiempo un momentito, antes de hacer lo que sea que tengamos por hacer.

Es así que es válido empezar a ver una película tonta desde la mitad, y no despegarte de la pantalla hasta conocer el desenlace, acomodar todos los buzos en el armario de acuerdo a su color, textura y temporada, o ver un partido de fútbol entre dos equipos que ni sabías que existían, siempre y cuando seas capaz de retomar tus tareas, una vez que tu hora de recreo ha culminado.

Incluso, hay grandes organizaciones que no solo no reprochan a sus trabajadores que tengan cantinas, sino que además les recomiendan crearlas y se preocupan porque estos encuentren en su entorno, materiales y espacios que les permitan distraerse, jugar y literalmente, tomarse un momento para “hacer nada” durante sus horas hábiles.

Así pues, yo he decidido ejercer mi derecho a perder el tiempo un poquito cada día, pero como a todo derecho le corresponde un compromiso, este debe ser de forma inequívoca, no postergar lo importante para cuando sea urgente, y hacerlo inmediatamente después de salir de la cantina.

Y he decidido compartir con ustedes queridos lectores dicho compromiso, porque hace más de una semana que empecé a escribir  este texto, y recién ahora que están a punto de cerrar la edición, me puse a terminarlo.
No se puede seguir así, empezaré mi nueva rutina de cantina – actividad ¡Hoy mismo!… o tal vez mañana… es decir, un día estos… bueno, ya se verá.

1 comentario:

  1. Muy bueno...el resto del comentario lo dejo para cuando salga de la cantina..jajaja!

    ResponderEliminar