lunes, 19 de noviembre de 2012

Elemental, mi querido Watson


Aunque no he leído todas las aventuras de Sherlock Holmes (que según tengo entendido son casi 60), conozco varias y me declaro admiradora no sólo del acertado detective sino de su creador Sir Arthur Conan Doyle, quien a finales del siglo XIX supo darle vida a un personaje que aún ahora, es el ejemplo a seguir para la creación de tooooodos los héroes de series policiales, desde cualquier versión que se piense de CSI, hasta exitosos dramas televisivos como el del Dr. House, quien durante un tiempo vivió con “Wilson” (que vendría a ser un “Watson”), en el apartamento 221-B, que corresponde a la misma numeración de aquel que el original Holmes compartía con Watson.


Este personaje ha sido traído a la vida una y otra vez por el cine y la televisión en innumerables ocasiones, y cuando en el 2010 una versión Hollywoodense lo puso de nuevo en boga (como si alguna vez hubiera dejado de estarlo), la BBC se dio a la tarea de crear una nueva miniserie (estupenda y altamente recomendable por cierto), que tuvo la osadía de traer a Holmes y a Watson al siglo XXI, la parte más interesante de esta adaptación, es la forma en la que los guionistas han decidido que Holmes interactúe con las tecnologías de la información presentes en nuestra era, y cómo en base al perfil diseñado por Conan Doyle, decidieron, por ejemplo, que Holmes está en pro del uso de los mensajes de texto (SMS) por celular.

Este año, un nuevo (y malo desde mi punto de vista, pero como dicen en mi rancho “ahi ca’quien”), intento por integrar a Sherlock Holmes en el siglo XXI, vino por parte de CBS, que lanzó la serie “Elementary” en la que un moderno Sherlock acompañado de UNA (sí, es mujer) Watson, se dedican a resolver crímenes y del que lo único que me llamó la atención, fue la coincidencia con la versión de BBC en decidir que Holmes usa, aprovecha, y hasta abusa de los SMS de celular a celular, pero, el Holmes de la CBS, además entiende, aplica y apoya el uso de abreviaturas modernas que pueden resultar incomprensibles para el resto de los mortales, aunque por supuesto para el resultan “elementales”.

Aquí es donde ya no sé qué pensar… me cuesta creer que el Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle aceptara, abrazara e incluso celebrara la deformación del lenguaje convertido a una suerte de código encriptado que es solo capaz de entenderse por las nuevas generaciones, un código en el que la sintaxis, la gramática, y hasta la fonética (de la ortografía ya ni hablamos), se pase por alto en aras de una comunicación más rápido… como que todo lo que tenemos que decir, fuera urgente de ser comunicado.

Entonces, las frases se convierten en siglas, las palabras en letras, las letras en emoticones (figuritas creadas con las letras para representar caritas felices :)  tristes :(  sacando la lengua :P  riendo a carcajadas xD  desconcertadas o_O indignadas u_u  asustadas D: y una cada vez más larga lista de etcéteras).


En mis nada lejanos años de juventud, las siglas TQM (Te Quiero Mucho), se hicieron populares rápidamente y a la fecha sigue siendo un código común y creo que entendido por chicos y grandes. Luego, con la famosa/bendita/maldita globalización, la web 2.0 y el consecuente auge de las redes sociales, las barreras idiomáticas han desaparecido y los más jóvenes hablan algo así como un “espanglish”, y entonces los códigos resultan ser abreviaturas de frases en inglés y no en español, por lo que dos amiguitas de 8 años se escriben mensajes diciendo “Tú eres mi BFF”, abreviatura de “Best Friend Forever”, y el “jajaja” que acostumbrábamos leer, se ha transformado por “LOL” (Laughing Out Loud) o incluso frase más largas “ROFL” (rolling on the floor laughing), y aquí me voy a detener porque si no, no nos va alcanzar el espacio, LOL.


Pero además de estas siglas (más que abreviaturas), una serie de anglicismos que tienen que ver con el mundo de la tecnología y el internet se han arraigado tan poderosamente en nuestro lenguaje, que la Real Academia de la lengua Española no ha tenido más remedio que aceptarlos, es así que googlear, feisbuquear, tuitear y chatear, entre otras, ahora son parte del idioma español o_O

Ahora bien, dentro de esta nueva subcultura de internautas que generan esta serie de códigos que luego pasan a la vida diaria y terminan siendo una forma reconocida y aceptada de comunicarse, lo que más rompe los ojos es la deformación del lenguaje, en la que parece que el alfabeto no tiene suficientes vocales y por eso hay que repetirlas, además de que es un arte/gracia/nosénicómollamarlequierollorar, escribir una palabra de cuatro letras, con faltas de ortografía intencionales y exceso de vocales,  por lo que es común en internet, en los mensajes de celular (y me temo que ya también en muchas escuelas), leer frases escritas de esta forma: “ooLAA liiiiNDDaaA, Kmo eZZtaaS?” (...creo que se me murieron dos neuronas nomás de escribirlo), me van a perdonar pero a esto último, todavía no logro encontrarle sentido.

Y por último, están las abreviaturas/letras/expresiones que se llevan la fonética entre las patas y que debo decir que son cada vez más comunes aún entre los adultos, y son las que encontramos cuando alguien para decir “que” escribe “k” …cuando se supone que “k”, suena “ka”…o yo estoy mal  …o muy vieja (no respondan). Y de la misma forma “x” que se puede leer “por”, al escribirse “xa” se convierte en “para” …de nuevo:  o_O

¿Habrá que adaptarse o morir?, ¿Será que llegue el día en que todos nos comuniquemos de nuevo con sonidos guturales? LOL, espero que no.

Yo misma (como se habrán dado cuenta), me encuentro ya inmersa en estos nuevos códigos y a veces me encuentro agregando emoticones felices, confusos o sacando la lengua, en mensajes dirigidos a clientes o a la profesora de mi hija y el único argumento que tengo para decir no sé si en mi defensa o simplemente para explicarlo, es que en efecto una idea puede expresarse de forma más inmediata y enriquecer (sí, con una carita), el sentido de lo que está escrito.



Concluiré diciendo que hay cosas, como las abreviaturas y los emoticones, que me parece que cumplen con esta última función y otras que rompen y me seguirán rompiendo los ojos y que espero que no consigan deformar el lenguaje para siempre, lo cierto es que la forma de comunicarse ha cambiado y descifrarlo es además de necesario, interesante y divertido.

Tal vez después de todo no se equivocaron tanto al pensar que Holmes hubiera optado por el uso de códigos en esta era, cuando descifrar y deducir, era lo que mejor hacía. Aunque estoy segura que jamás hubiera ido tan lejos como para escribir: “Lmental mi Krido Watson”.

domingo, 7 de octubre de 2012

¡Viva la muerte!

Hace unos días… una semana para ser exacta, acudí con mi familia al cementerio central, donde tuvimos la oportunidad de hacer un recorrido guiados por la museóloga Myriam Soria, quien antes de iniciar nos compartió que había sido algo complicado el proceso de conseguir que se aceptaran dichos recorridos, por una suerte de tabú relacionado con la muerte que existe en la sociedad.

Al saber que venimos de México, me dijo que probablemente para nosotros no era nada extraño puesto que nuestra relación cultural y social con la muerte es diferente, y tiene razón. Así que, sin ser noviembre todavía, se me ocurrió compartirles acá, algo acerca de esta relación que tenemos los aztecas con la muerte, que le parece tan… peculiar (por decir lo menos), a personas de otros países.

Por diversas creencias, tradiciones y desde luego la mezcla de ellos, la muerte tiene para los mexicanos un sentido más festivo que fúnebre, que no debe confundirse con la falta de respeto. Solo puedes morir si estás vivo, por tanto, la celebración de la muerte es también la celebración de la vida y no se les puede separar.

La tradición de festejar, recordar y hacer ofrendas a nuestros muertos, viene de ritos prehispánicos, tan arraigados en los distintos pueblos indígenas, que la evangelización que conquistó a México no pudo con ella, así que, como ocurre con otras costumbres en diferentes países, la iglesia le hizo “un huequito” a lo pagano, uniendo al mundo de los muertos y al de los vivos, en una sola celebración, el Día de Muertos, que se festeja cada 2 de noviembre, aunque la pachanga comienza desde el día 1º, día de todos los santos, en los que se recuerda especialmente a los niños ya fallecidos.

Si bien los principales elementos de la celebración son, como antes decía, prehispánicos y siguen estando vigentes además de considerarse infaltables, hay otros elementos resultantes de una mezcla que aún no me queda claro si vino a enriquecer o a dar al traste con la celebración, lo ha influido al grado de que en un mismo altar de muertos puede encontrarse una “jack-o-lantern” (la tradicional calabaza calada con una vela en su interior), el Xoloitzcuintle (perro de raza azteca casi extinta que tiene la labor de ayudar al difunto a cruzar al otro mundo), una imagen de la virgencita de Guadalupe y una foto de Marilyn Monroe.
Y es que el punto central de la celebración, es la creencia de que ese día no solo recordamos a los muertitos, sino que los recibimos en ese día que “les dan chancita” de visitarnos, y los agasajamos con sus platillos favoritos, la música que solían escuchar y por supuesto, su bebida favorita que como era de esperarse, suele ser tequila.

Esta celebración no tiene que hacerse necesariamente en el cementerio aunque es lo más común, e incluso, durante estas fechas, se montan ferias alrededor de ellos ofreciendo pan de muerto, flores de cempazuchitl, calaquitas de dulce, chocolate o barro a las que los niños ruegan a sus padres que les compren, pidiendo al habilidoso vendedor que escriba su nombre en la frente de la calavera y el resultado suele ser un garabato que parece decir: “Veatris” y cosas por el estilo, pero que igual les encanta.

La celebración del día de muertos puede pues, y suele llevarse a cabo, en escuelas, oficinas tiendas y por supuesto en las casas, preparando un altar de muertos que puede ser de dos, tres o siete niveles (siendo este último el más común), y que lleva en la parte más alta al pariente, amigo o personaje al que queremos hacer la ofrenda y a lo largo de sus escalones se colocan los diferentes elementos naturales: aire, agua, fuego y tierra, representados por diferentes objetos, por ejemplo:

Agua: …pues eso, agua… bueno, elegí un mal ejemplo.
Aire: papel
Tierra: puede ser tierra, semillas y/o flores
Fuego: velas encendidas

Y ese altar no es solo una forma de acomodar cosas para que se vean bonitas, sino que representa el viaje del alma desde la tierra hasta el cielo, pasando por el inframundo y otros bonitos lugares, aunque en la tradición prehispánica el destino final no era el cielo como lo conceptualizamos los católicos, sino alcanzar el descanso eterno junto a Mictlantecuhtli y su esposa Mictlantecuhtli, no en el cielo, sino en Mictlán.

Lo que me hizo recordar todo esto no fue únicamente la relación obvia entre visitar un cementerio uruguayo y uno mexicano, sino la simbología que coincide y la que se divide, de acuerdo a la percepción que cada cultura tiene de la muerte.

En el cementerio central hay verdaderas obras de arte y cada una es interesantísima, no solo por reunir a personajes de la talla de Brígido Silveira y Carabajal, sino por los “adornitos” que en realidad transmiten el sentir que hemos heredado respecto a la muerte durante siglos. La tragedia, el llanto, la resignación, representados en distintas formas, figuras y ornatos y con diferentes orígenes, desde los celtas hasta los masones.

Por supuesto no todo tiene ese tono, hay también representaciones… digamos… más optimistas, que significan esperanza, ascensión, mejora, paz, pero pocas, o ninguna, festiva (aunque hay un epitafio muy simpático que no les comparto para no echarles a perder su visita, si es que se animan).

No creo que se deban comparar ambas y decidir cuál es mejor o cuál peor, como tampoco quiere decir que a unos nos duela más que a otros perder un ser querido, son simplemente distintas maneras de encarar lo inevitable, como inevitable es que dichas formas y representaciones, todo lo que somos y sentimos alrededor de la muerte, sean consideradas parte de la riqueza cultural de un país, de una ciudad, en concreto, de una comunidad.

Creo que el tema da para más. Espero, si no me ha cargado la huesuda, poder hablarles nuevamente de este tema cuando se acerque el Día de Muertos, y mientras tanto… ¡A disfrutar! Porque de esta no salimos vivos…

Estoy en el rincón de una cantina…


Si bien esta es la parte de una canción de José Alfredo Jiménez en el que advierte a su amada que está a punto de emborracharse por su amor, (él no quería, pobrecillo) en realidad hoy quiero hablarles de una cantina diferente, a ver si me explico:

¿Le ha pasado, querido lector, que una tarea en apariencia simplísima de concretar, que además resulta tener cierta relevancia para obtener un importante beneficio personal, va quedando relegada una y otra vez, sin que haya una razón verdaderamente razonable para que así sea?

¿No es cierto que al iniciar sus labores cotidianas tiene clara desde el primer minuto la prioridad de cada uno de sus asuntos pendientes, y no queda duda de qué cosa es más importante que otra?

¿Se ha preguntado por qué justo cuando pensaba tomar el teléfono para hacer esa llamada, o acercarse a la computadora para escribir la famosa carta que necesita, o caminar hasta la oficina en la que debe iniciar un trámite, recuerda que la manija del segundo cajón de la alacena (que por cierto nunca usa) está algo floja y usted no parece tener empacho en dedicarle tres horas a dicho asunto postergando lo que se supone que era urgente?

Pues bien, ese sitio en el que nos refugiamos para no hacer lo que de sobra sabemos que TENEMOS que hacer, es una cantina. Los más modernos se refieren a esto (principalmente cuando se pierde el tiempo vagando por internet) como “procrastinar”, pero como a mí me cuesta trabajo la palabrita, suelo usar alguna mexicanísima expresión en su lugar, algo como “nomás se está haciendo pato”, y otras mucho más divertidas pero políticamente incorrectas para ser compartidas en este espacio.

Una vez aclarada la terminología, volvamos al tema de las cantinas, cada quien crea su propia cantina, para algunos es la televisión, para otros, como ya dijimos, el internet, y otros más, crean cantinas que no son del todo improductivas, lo cual puede dar la sensación de que se está haciendo algo bueno, aún cuando lo importante se deje de lado, hasta el momento en que es urgente, y luego nos pasamos la vida solucionando cosas urgentes, y así, entre urgencias y cantinas, la vida se va volando.

Sí, sí, ya suena que suena algo exagerado eso de “la vida se va volando”, ¡Pero es así! Con una impresionante facilidad se nos van los días, los meses y hasta los años, sin llevar a cabo cosas que aparentemente tenemos decididas desde hace tiempo.

Un cuento que me gusta mucho compartir en ciertas charlas sobre este tema, es el de un hombre que después de dos inviernos (léase dos años), se pone un abrigo que por diversas razones no había utilizado en ese periodo de tiempo, y al meter las manos en los bolsillos descubre el recibo de una zapatería a la que había llevado un par de zapatos para arreglar y cuya fecha de entrega estaba marcada para cuatro días después de haberlos dejado en reparación.

El hombre, además de darse cuenta de por qué no encontraba esos zapatos, decide ir a la zapatería a ver si todavía los tienen por ahí, solo para darse cuenta, para su sorpresa, que el zapatero todavía no los arregla, por supuesto el hombre increpa al profesional del calzado para preguntarle el por qué de la demora (superior a dos años, claro está), y el zapatero responde: “porque le di fecha para cuatro días y nunca vino”.
Para explicarlo mejor, como el hombre jamás pasó, pues él no se presionó para repararlos, no importa si él sabía o no que tenía que entregarlos, importaba que no hubiera nada que lo obligara a hacer, lo que tenía que hacer.

Pues bien, en muchas ocasiones somos como este zapatero, y postergamos todo tipo de cosas, desde comprar un nuevo par de medias, hasta escribir un testamento, pasando por todo tipo de trámites y acciones ya sea que tengan que ver o no con nuestro trabajo.

La primera instructora que me habló de “las cantinas”, explicaba que no había que considerarlas un vicio, ni nuestro mayor enemigo, porque las cantinas son hasta necesarias y tienen una función importantísima en el día a día, son un lugar estupendo a donde escapar, en el que abstraerse de la realidad, una zona de confort en la que todos, en algún momento del día, nos merecemos estar.

Por supuesto el problema viene cuando pasamos el día entero en esa cantina, en lugar de programar un espacio para ello y darnos permiso, conscientemente, de perder el tiempo un momentito, antes de hacer lo que sea que tengamos por hacer.

Es así que es válido empezar a ver una película tonta desde la mitad, y no despegarte de la pantalla hasta conocer el desenlace, acomodar todos los buzos en el armario de acuerdo a su color, textura y temporada, o ver un partido de fútbol entre dos equipos que ni sabías que existían, siempre y cuando seas capaz de retomar tus tareas, una vez que tu hora de recreo ha culminado.

Incluso, hay grandes organizaciones que no solo no reprochan a sus trabajadores que tengan cantinas, sino que además les recomiendan crearlas y se preocupan porque estos encuentren en su entorno, materiales y espacios que les permitan distraerse, jugar y literalmente, tomarse un momento para “hacer nada” durante sus horas hábiles.

Así pues, yo he decidido ejercer mi derecho a perder el tiempo un poquito cada día, pero como a todo derecho le corresponde un compromiso, este debe ser de forma inequívoca, no postergar lo importante para cuando sea urgente, y hacerlo inmediatamente después de salir de la cantina.

Y he decidido compartir con ustedes queridos lectores dicho compromiso, porque hace más de una semana que empecé a escribir  este texto, y recién ahora que están a punto de cerrar la edición, me puse a terminarlo.
No se puede seguir así, empezaré mi nueva rutina de cantina – actividad ¡Hoy mismo!… o tal vez mañana… es decir, un día estos… bueno, ya se verá.

lunes, 20 de agosto de 2012

Vieja obsoleta


Debo empezar por aclarar que el título no hace referencia a ninguna persona conocida, y hasta podría asegurar que tampoco por conocer, y no me refiero tampoco a una cosa, equipo o aparato, la vieja obsoleta soy yo… que ni tan vieja ni tan obsoleta, pero desde que tiré los dados y acepté el reto de empezar de nuevo, como ya otras veces he contado por aquí, esa sensación de ser una verdadera anciana que no tiene cabida en ningún espacio laboral, ha sido recurrente.

A ver si consigo explicarme. Hace algunos ayeres, por allá de 1999… el siglo pasado pues, yo trabajaba en el departamento de recursos humanos de una empresa trasnacional, en el área de reclutamiento y selección, para ser más exacta, y había varias posiciones importantes que debían cubrirse en un corto tiempo, porque la compañía, dedicada a la manufactura de piezas automotrices, estaba en plena expansión y se requería personal calificado, que además pudiera empezar de inmediato.

Después de algunas semanas de búsquedas infructuosas, me di cuenta que entre los candidatos descartados, se encontraban las solicitudes de varias personas mayores de 45 años, mismos que ni nos habíamos tomado la molestia de revisar porque “no cumplían con el perfil”, así que los analizamos, y la experiencia de todos y cada uno de ellos, honestamente era impresionante, así que decidimos iniciar el proceso de entrevistas, y las historias con las que nos encontrábamos, más o menos se parecían.

Eran profesionales que por uno u otro motivo, se habían “alejado” del mundo laboral, ya fuera para poner un negocio propio, por motivos familiares, o por aceptar un proyecto en la función pública, y que después, al encontrarse desempleados, de nuevo por diversos factores como el cierre de su negocio propio, o bien, su reciente mudanza a la ciudad, un recorte de personal o la terminación de un contrato, se encontraron con que eran “demasiado viejos” para ocupar cualquiera de los puestos que aparecían en los diarios o en las bolsas de trabajo, pero a pesar de ello, no perdían la esperanza y seguían enviando su currículum.

También nos sorprendió encontrar entre sus similitudes, el hecho de que se habían preocupado por actualizarse en sus áreas de trabajo, no solo poniéndose al día con los sistemas digitales, sino también con nuevas normas de calidad y procesos.

Pues bien, con algo de resistencia al inicio del proceso por parte de la Dirección General, finalmente estos profesionales de diversas áreas fueron contratados, recuerdo con mucho cariño cómo uno de ellos (el mayor, tendría unos 56 años, entonces), me llevó un ramo de flores el día de mi cumpleaños y me agradeció no haber desechado su solicitud. Cosa que me llamó la atención, primero porque habían pasado meses desde su contratación, y segundo porque en realidad no había sido ningún mérito puesto que fueron ellos los que me salvaron el pellejo a mí.

La preocupación principal del Director de la empresa, era el reto que representaría que los jefes directos de varios de ellos, fueran más jóvenes que sus subordinados, y las posibles “consecuencias negativas”, que podrían surgir de ello, pero a decir verdad, hasta el último día que yo estuve en esa empresa (que dicho sea de paso abandoné para venir a Uruguay por primera vez), todo transcurrió de la mejor manera, no pasaba de que los muchachos de mantenimiento le dijeran “el abuelo” al nuevo supervisor, quien se mataba de risa para después poner orden y continuar trabajando.

A partir de aquella contingencia, decidimos cambiar las publicaciones, y omitir los límites de edad para aumentar las posibilidades de encontrar al personal adecuado, aunque a decir verdad, en general eran los jóvenes los que se seguían quedando con las mejores posiciones, cosa que tampoco estaba mal, pero bueno, al menos un poco logramos incidir y hacer de la empresa un sitio con mayor diversidad de ideas.

Todo esto vino a mi mente, cuando una vez instalada en Minas, decidí explorar algunas de las posibilidades laborales, y me encontré con que el límite de edad, ahora ha bajado, y las empresas solicitan personal, con un máximo de 35 años, a veces 30, y yo, con mis 37, quedo fuera de casi toda oportunidad, aunque siguiendo el ejemplo de aquellos compañeros, obviando el tema de mi antiguo esqueleto, igual mandé las solicitudes, la mayoría ni siquiera acusó de recibo.

Obviamente y para fortuna de muchos, no se trata de la generalidad de los casos, pero sí es una tendencia que noto no solo en el Uruguay, también en México y en otros Países, y ahora se me ocurrió profundizar, porque esta semana, en el marco de una jornada para difundir la aplicación de la ley del acoso sexual (que ustedes dirán, y eso que tiene que ver?), mencionaban, entre lo que se considera discriminación, la discriminación por edad, misma de la que poco se habla y que es quizás una de las más arraigadas en el mundo laboral.

Por supuesto habrá puestos de trabajo en los que la edad pueda incidir directamente sobre la productividad el empleado, eso no está a discusión, pero pensar que una persona mayor de 35 años, en pleno uso de sus facultades mentales, con experiencia y capacitación, es demasiado vieja para acceder, ya no digamos al empleo, sino al proceso de selección, es decir que la edad te deja fuera de toda posibilidad, de conseguir siquiera una entrevista, ya no digamos de probar tus capacidades.

Quiero insistir en que afortunadamente esto no ocurre en todas las empresas, pero evidentemente, “gracias” a las que implementan estos perfiles, las probabilidades de conseguir un empleo, para una persona que se esté acercando a la cuarta década de su existencia, se reducen.

No me queda muy claro cómo debo cerrar este texto, si conminando a empresas y organizaciones a abrir sus criterios de selección para darle lugar a gente que puede hacer interesantes aportaciones, o haciendo llamado a todos los ancianos que como yo, tengan más de 35 años, para insistir y probar el valor de su experiencia, conocimientos y habilidades, haciendo caso omiso de los avisos que nos declaran obsoletos, quizás la invitación deba ser para ambos, a fin de cuentas se trata de un negocio beneficioso para todas las partes.

“Viejos los cerros y reverdecen!”, bueno… ya van a ser las 21:00, ahora a tomar la leche y a dormir, porque no aguanto las reumas.

lunes, 30 de julio de 2012

Surfer Godínez


Mañana cumpliré 29 años, tal como lo he venido haciendo desde 7… bueno, a decir verdad, no me molesta la idea de acercarme a los 40, con frecuencia entre amigas bromeamos con aquello de: “me dijeron que al cumplir los 40 tendría todo resuelto, no que lo tendría todo re-suelto”, y no es que las canas, las arrugas y otros síntomas inequívocos de que la juventud se está despidiendo (miren que no ha terminado) para nunca más volver, estén recién por asomarse, sino que al menos en mi caso, son más frecuentes los momentos de reflexión y recapitulación, no como una forma de atarse al pasado, sino como una manera de regocijarse de las cosas que me han tocado vivir, y ver si aprendí o no de las que no fueron gran motivo de regocijo. Arrepentirse, en cualquier caso, está fuera de toda consideración.


Tengo un amigo en México bueno, tengo varios, pero este en particular se encuentra desde hace algún tiempo en la encrucijada de elegir entre ser un “surfer vagabundo”, como él mismo se autodenomina, o un “Godinez”, que es la forma cómico/despectiva en que suelen referirse a personas que trabajan en oficinas, particularmente en oficinas de instituciones públicas. Se usa a tono de broma e incluso algunas personas que trabajan en otro tipo de empresas, se llaman a sí mismos o a algunas actividades, “Godinez”.
El caso es que en muchas de estas conversaciones, yo, metiéndome en donde no debo, le he comentado que quizás no tenga que elegir necesariamente entre una y otra, que también en las ciudades con playa hay instituciones de gobierno, pero él dice que para adoptar la vida de “surfer vagabundo” que desea, otras cosas de su entorno también deberían cambiar, como su trabajo, horarios y otras cosas de las que seguramente él sabe más que yo.
Lo importante acá, es que siempre llegamos a la misma conclusión (entonces para qué siguen hablando, dirán ustedes), y esa conclusión es que nuestra historia como seres humanos está construida en base a elecciones, que algunas veces tienen buen resultado, otras no, pero necesariamente, sin importar nuestro momento o circunstancia, tenemos que elegir, y con frecuencia, por no decir siempre, la elección de una cosa es la renuncia de algo más, y generalmente (de nuevo, por no decir siempre) esa renuncia cuesta, incluso puede ser que duela, y pasa a formar parte de una larga lista que nosotros llamamos, la lista de “What ifs”, o dicho de otra forma, la lista de los “Que talsis”, que ya en otra ocasión había mencionado por aquí.
Sé que vivir en el pasado no es nada recomendable, pero muchas veces nuestros momentos de reflexión, y seguramente todos los de retrospección, nos llevan a tratar de imaginar, cuál sería nuestro actual escenario de haber tomado determinadas elecciones en lugar de las que efectivamente llevamos a cabo.
Este ejercicio de ver hacia atrás, aunque como dicen en mi pueblo: “pa’ atrás ni pa’ agarrar vuelo”, puede provocarnos varios sentimientos, como la frustración de no haber tenido la disciplina para ser una atleta destacada o bailarina (aunque para esto además me faltaba como medio metro de piernas), la derrota de reconocer en qué momentos las decisiones que tomamos sin duda fueron las equivocadas, la alegría de saber distinguir nuestros aciertos, y la maravilla de saber que podemos convertirnos en mejores personas si es que algo aprendimos en el camino.
Hoy, en el umbral de mi cumpleaños número 37, concluyo que hay que cientos de cosas que no he conseguido, pero todos los días encuentro ejemplos de que esto no se acaba hasta que se acaba, y que mientras la vida siga, la capacidad de elección también, y por otro lado, encuentro en mi escenario actual los resultados de elecciones que han dado excelentes frutos.
Me gusta estar en donde estoy, aquí y ahora, consciente más que nunca de lo difícil que es empezar desde ceros a una edad en la que alguna certeza debería tener, estoy aquí y ahora con la gente que no solo me es importante, sino indispensable, y de que ser trascendente en sus vidas, es quizás el más alto logro conseguido, y es al mismo tiempo, uno que nunca me planteé.
Vivo en constante agradecimiento hacia quienes desde México siguen estando a mi lado, hombro con hombro, a quienes aquí me han recibido abriéndome su corazón de par en par y se han mostrado sinceramente interesados en que mi integración y la de mi hija, sea más sencilla, e incluso hacia quienes sin conocerme han sabido ser solidarios con sentimientos y acciones.
Estoy tan contenta como asustada con las posibilidades que representan los años por venir (sean los que sean), orgullosa de saber quién soy hoy y con quien puedo contar, y aún en el ejercicio constante de entender y aceptar lo que no soy, y lo que aún estoy a tiempo de ser… bailarina, ya dijimos que no.
Tal vez seguiré discutiendo con mi amigo surfer, acerca de si debe atreverse a dejarlo todo y mudarse junto al mar, o quedarse en donde está y seguir haciendo carrera como funcionario público, y esta vez tendré cuidado de advertirle con total sinceridad y conocimiento de causa, que empezar de nuevo no será nada fácil, aunque siempre que esté convencido de lo que quiere, cualquiera que sea su elección, va a ser la buena, aún cuando resultara ser la equivocada. Porque es preferible aprender del error, que vivir abrazado a una duda.
Al fin y al cabo, citando a Nietzche: “Quien tiene un por qué, es capaz de soportar cualquier cómo”.

No salimos tan mal


Soy abiertamente culpable de amar la tecnología, desde mis primeros contactos con ella, cuando aprendí a operar una grabadora de dos casetes, o a arreglar la videocasetera de casa que dos por tres se quedaba en el atarante o le daba por enrollar la cinta, hasta la actualidad del internet, las redes sociales y los teléfonos inteligentes, pasando por mi descubrimiento personal del correo electrónico y sus ventajas.

Formo parte de la generación que presenció cómo el mundo de la tecnología mudaba de lo analógico a lo digital y celebro cada una de sus novedades, como niña con juguete nuevo… aunque no todo es miel sobre hojuelas. En ese mismo cambio tecnológico, hemos cambiado como sociedad, y no termina de quedar claro si ha sido la tecnología la que va avanzando a la par de la sociedad, o finalmente como en las peores visiones futuristas, la sociedad no ha tenido más remedio que cambiar para adaptarse al frenético crecimiento de la tecnología.

Esta semana, después de muchas súplicas, por fin mi Mamá, de 62 años, se decidió a tomar clases de computación. Como Dios le ha dado a entender, se ha mantenido en contacto conmigo y con su nieta a través de facebook y de skype, pero no tardó en advertir que había mucho más de provecho que podía obtener del uso de la computadora y el internet; desde el hecho de poder comunicarse con sus proveedores y clientes que han desterrado ya casi por completo el uso del fax y ahora todo lo envían por correo electrónico, hasta la posibilidad de llevar un registro contable que ella, desde siempre, ha llevado de su puño y letra.
Sobra decir que me siento muy orgullosa de ella, como lo estoy por ejemplo de mi Suegra, mi Tía y muchos hombres y mujeres que han enfrentado el temor (porque es natural sentirlo) a lo nuevo, a lo diferente, a lo desconocido y ahora incursionan exitosamente en el mundo digital. Mi Padre por otro lado y como muchos otros, es más del tipo autodidacta, así fue como aprendió a tocar la guitarra y el piano, y a hablar inglés, así que avanza cuanto puede, cada vez que puede, y lo hace bien.
Por otro lado, está la generación de mi hija, que parece haber nacido con un instructivo integrado para cuanto artefacto tecnológico cae en sus pequeñas manitas, tiene casi 9 años, todavía no consigue recitarme completa la tabla del 8, pero que no le aparezca un juego nuevo en la computadora, porque domina en segundos hasta sus más intrincados acertijos, y así lo hacen niños todavía más pequeños que ella y de los más grandecitos, ya ni hablamos.
Para dejar todavía más clara la enorme brecha tecnológica que nos separa entre generaciones, baste decir que unos meses antes de venir a México, cuando separábamos las cosas que se quedarían y las que traeríamos, brotaban y brotaban cajas con mis recuerdos de otros tiempos: música, dibujos, cuadernos, cartas, y de pronto… de entre aquel revoltijo, mi hija vino corriendo hacia mí con un reproductor de casetes, uno de esos famosos “walkman” que estaban de moda cuando yo estudiaba la preparatoria, y me dijo: “qué es esto?” …no supe si reír o llorar, sobre todo cuando en la explicación de su funcionamiento, me sorrajó otra pregunta acerca del mesozoico: “y qué es un casete?”
Y bueno… hubo también algo de nostalgia, me hubiera gustado que ella escuchara música en un casete, y aprendiera a regresarlo con un lápiz como hacíamos nosotros, o pasara horas junto a la radio esperando la canción que le gusta para grabarla en lugar de simplemente entrar a internet y descargarla.
Tal vez llega un punto en el que cada uno piensa que sus épocas fueron mejores, hay quien dice que “tiempos pasados siempre fueron mejores” y quienes aseguran que “tiempos pasados siempre son anteriores”, como diciendo que hay que dejar ir el pasado, abrazar el presente y tirarse de cabeza al futuro, esperando que todo salga bien.
Pero yo, amando como amo el mundo tecnológico, y creyendo como creo, que hay que vivir el presente porque es lo único real que experimentamos, pienso también que hay mucha cosa que no hacía falta en este mundo.
Creo, porque además lo he vivido, que el exceso de conexiones tecnológicas se vuelve inversamente proporcional a las conexiones humanas, que como seres humanos, aprendemos más de las relaciones diarias con otras personas, que de todo lo que podamos leer en wikipedia.
Mitchell Kapor, fundador de Lotus 1-2-3, dice que ”Pretender obtener conocimiento de Internet, es como intentar beber agua de una toma de agua para incendios”. La cantidad de información y sus posibilidades de interconexión, rebasan a cualquier ser humano, lo absorben, y si no se tiene cuidado, lo atrapan.
Tengo facebook y twitter, y me encanta, como me gusta que mi hija tenga cierta destreza para moverse en el mundo digital y me interesan y asombran las grandes cosas que pueden lograrse a través de este, pero en alguna ocasión caí en la trampa de creer que ese mundo digital puede reemplazar al verdadero, y ahora tengo mucho cuidado para que algo así no vuelva a ocurrir.
Internet es un espacio amplísimo y plural, tanto, que da cabida también a lo más oscuro del ser humano, y acceder a ello es tan fácil, como hacerlo a lo bueno.
Supongo que lo que quiero decir, es que tan maravilloso es exprimirle a internet y a todo tipo de tecnología lo bueno que tiene para ofrecer, como grandioso es caminar por la calle, tomar un café, platicar con el vecino, pasear al perro, jugar a la pelota o llevar un diario escrito a mano.
Ojalá no lleguemos, como en otros países, al punto que sea necesaria una campaña de concientización para entender que es necesario desconectarse para recuperar al menos un poco de individualidad… y de humanidad.
Yo, pertenezco a la generación en la que jugábamos en la calle por horas, por HOOOORAAAAS les digo, que usábamos ábaco y teníamos que ir a la biblioteca cuando la tarea de la escuela requería investigación, que para comer helado nos lo teníamos que ganar con nuestras acciones, que si me regañaban en la escuela, la que tenía que rendir cuentas era yo, y no la maestra.

Soy de una generación que tenía que memorizar los teléfonos de sus amigos y que para hablar con ellos, se tenía que tomar la molestia de marcar y a cambio obtenía el privilegio de escuchar su voz… hasta que la madre de alguno dijera que ya era de colgar.
Soy de una generación en la que las fotos eran para compartirse con los seres queridos y atesorarse en una cajita que de cuando en cuando se revisaba en familia, una generación en la que nosotros éramos el control remoto y cuando tu Padre gritaba desde la otra pieza que vinieras a cambiar de canal, lo hacías sin chistar (y que ahora lo recuerda con nostalgia).
Pertenezco a la generación en la que nosotros creábamos los personajes de nuestros juegos y decidíamos lo que eran capaces o no de hacer, y no al revés.
Sin embargo, tengo fe, mucha fe en esta generación que crece a la par de la tecnología, y creo, que para ayudar a que sean mejores, su realidad debe estar dotada de más… pues justamente de eso, de más realidad.
Celebro los esfuerzos de muchos padres de familia que se empeñan en fomentar y valorar las conversaciones, los libros, los paseos, la música… los asaditos… y todo aquello que mantiene unida a una familia, y por tanto a una sociedad, que a su vez, nos vuelve más humanos.
Soy de una generación sin internet, sin wii, ni playstation, twitter o facebook… y no salimos tan mal... o sí?

jueves, 24 de mayo de 2012

Primaveras perdidas


Habiendo vivido siempre del otro lado del continente, Uruguay es sorprendente para mí, no solo por su riqueza natural y cultural que admiro y de la que siempre hablo, sino porque para mí es una especie de mundo al revés, la primavera es otoño y el verano es invierno, por tanto la Navidad es calurosa y el cumpleaños de mi hija, nacida en el solsticio de verano, el día más largo del año, se transformará en el día más corto del año, el solsticio de invierno.

Hace diez años ya que visité Uruguay por primera vez, entonces, como ahora, no solo viajé de un país a otro, sino de una estación a otra, del invierno al verano, es decir que esta es la segunda vez que me pierdo una primavera.


En México, cuando alguien cumple años, se suele decir: “Cumplo tantas primaveras”, (aunque el cumpleaños sea en pleno invierno), y es común que en las fiestas de XV años, el discurso del padrino inicie diciendo algo así como: “Hoy que cumples tus XV primaveras”, o bien, “Hoy que han pasado XV abriles” (pos más que la chiquilla haya cumplido años en marzo).

Pues bien, con base en este razonamiento, cuando comentaba a mis amigas que me mudaría de país, me cuidé de destacar como una ventaja, la desaparición de una segunda primavera en mi vida, por lo que este año en lugar de cumplir treintaysiete, lo lógico es que cumpla treintaycinco… creo que no me lo harán válido, pero igual tenía que intentarlo.


Al iniciar el viaje, confieso que no tenía muy claro si venía a Uruguay como excusa para conocer a Guillermo, o sí venía a ver a Guillermo como excusa para conocer Uruguay, pero la incógnita se esfumó rápidamente… durante estos diez años, hemos vivido un poco de todo… mudanza, matrimonio, paternidad, momentos de crisis, en fin, cientos de cosas que quizás les pasen a todas las parejas, con la diferencia de que estas, nos pasaron a nosotros.

Cada pareja lidia de forma muy particular y respetable (a veces no tanto) con las situaciones buenas y malas que se les presentan, algunas deciden “cortar por lo sano” y lo consiguen, otras entran en una especie de competencia para demostrar quién está mejor sin el otro, y otras, como nosotros, salen avante… me voy a permitir el dejo de soberbia que encierra este párrafo, porque no ha sido fácil, y debemos estar orgullosos de todo aquello que se consigue, cuando a decir verdad, parecía demasiado complicado.

Algunas veces miro hacia atrás y recuerdo cuando resolví (según yo), que no me casaría y no tendría hijos, primero porque pensaba que esto no es necesariamente el eje de la vida de todas las mujeres (bueno, eso lo sigo pensando), y segundo, porque había un montón de cosas que sentía que me faltaba alcanzar, y desde esa perspectiva, una familia simplemente no tenía cabida.

Recuerdo una noche en la que cenando con mi Mamá, cuando yo era la única soltera que quedaba en la familia, me miró seria y me dijo: “Nunca te vas a casar, verdad?” – “No sé”, le dije, “creo que no.” – “No importa” me dijo ella, y seguimos cenando.

Pero luego, ya ven? Conocí a Guillermo y de pronto el panorama era no sólo agradable sino… cómo decirlo? Claro, definido… no había mucho que pensar y la verdad es que ninguno de los dos lo hicimos, a los tres meses de conocernos nos casamos y cuatro meses después, supimos que seríamos padres y todo fue dándose de forma tan serena que casi parecía irreal.
Pero no somos perfectos, porque nadie lo es, y con los años vinieron las tempestades, la duda y la desazón, pero que aquello que estuvo a punto de disolver una de las más grandes decisiones de nuestra vida, terminó por hacernos valorarla más que antes.

Yo, particularmente, comprendí que la vida que iniciamos juntos, no podía ser interrumpida, ni cambiar de curso… Que mi historia jamás estaría completa si él no era junto a mí, junto a nosotras, el protagonista.

Hace un año, viajamos de la primavera al otoño y en ese viaje tomamos una de las decisiones más importantes de nuestras vidas: soltar amarras y mudarnos de país, esto significaba un retorno para mi esposo, algo desconocido para mi hija, un reto para mí y un nuevo comienzo para todos.

El tiempo transcurrió rápidamente y cuando nos dimos cuenta, ya estábamos aterrizando en pleno verano uruguayo, de botas, campera y gorro, y así comenzó la mejor etapa para nosotros. Un tiempo, que sin planearlo demasiado, pudimos dedicar a no hacer otra cosa más que querernos, cuidarnos, conocernos y reconocernos.

Un tiempo que nos ayudó a confirmar lo que quizás ya sabíamos pero no habíamos tenido tiempo de hacer consciente: Que una familia se forma a base de crisis superadas, brazos abiertos y palabras claras, de decisiones y riesgos que se corren juntos para luego compartir la alegría del éxito o superar juntos el fracaso.

Aprendimos que una familia se crea, se reinventa y se transforma, cada día, todos los días.
Que un hogar está hecho con besos de despedida, abrazos a tiempo y charlas de sobremesa.
Que los momentos que perduran no siempre son los que se rodean de ceremonia, pompa y circunstancia, sino de curitas en las heridas, paseos de la mano y risas cotidianas.

Ahora, claro está, hemos tenido que formar nuevas rutinas (aún estamos en eso), y otra vez cada uno, como siempre, encuentra la libertad en el propio hogar y un tiempo y espacio propios e individuales, para luego disfrutar las coincidencias y decirnos: “te extrañé”.

Hoy, a diez años de nuestro matrimonio, puedo decir sin lugar a dudas, que el mejor momento de mi día, es cuando él atraviesa la puerta y estamos juntos otra vez… ahora tres.

Dudo mucho que me “bonifiquen” esos dos años por los cambios de estación, y esta vez no veré florecer las jacarandas en abril, pero ya no importa, este invierno convertido en verano, bien valía perder una primavera.

martes, 6 de marzo de 2012

Espíritu de carnaval...


Desde que llegué a Minas, encuentro cada día algo que me causa asombro y de vez en cuando los que “juegan de local” encuentran en lo que les cuento, algo que les asombra, si dentro de un mismo país las palabras, costumbres y hábitos cambian de un estado a otro (o de un departamento, como les dicen acá), ya podrán imaginar lo que será de un país a otro, y es así que me encuentro con que el tamaño de las fotos no lo expresan en pulgadas sino en centímetros y las medidas que yo creía “universales”, pues no lo son, que la pechuga de pollo acá es suprema, los frijoles, porotos y el aguacate, palta, que no sabía lo que eran hojas Tabaré ni conocía la diferencia entre carpeta y bibliorato, y ni mencionar las palabras que en México son de uso común y acá resultan ser una barbaridad impronunciable.


Pero las novedades no me complican, por el contrario, disfruto conocerlas y vivirlas. Una de esas novedades para mí, es el Carnaval, si bien en México hay algunos departamentos, como Veracruz (tierra de mi padre) que celebran el Carnaval, no es por mucho, una fiesta nacional.


En el 2005, de visita por Minas, estuvimos un momentito en el desfile, mi hija era muy chiquita y se quedó dormida en su carreola así que realmente no guardaba ninguna memoria de aquel evento, este sería para ella oficialmente, el primer Carnaval.


Esperamos juntas el veintiuno de febrero como niño que espera la Navidad y a las ocho de la noche ya estábamos más que listas para ir a la Avenida Varela. Mientras nos acercábamos a Carabajal, cada vez eran más personas las que caminaban en el mismo sentido que nosotros y eso hacía crecer la expectación, provocaba apretar el paso.


En la esquina de Varela y Carabajal se presentaban unos parodistas, pero vimos solo la parte en la que se despidieron y bajaron del escenario, así que antes de que la gente se dispersara, caminamos hasta un punto cercano al jurado “acá se van a lucir” decía mi marido, por ahí encontramos un pedacito de cordón de la vereda libre (voy aprendiendo, en “mexicano” hubiera dicho “un cachito de banqueta”) y nos sentamos a esperar.


Mi hija, de naturaleza más bien tímida, estaba pegadita a mí y en un momento me confesó que “tenía miedo”, no es miedo - le dije - es emoción!… el tiempo transcurría y aunque haciendo cuentas fueron apenas unos minutos, nos pareció eterno. Comenzaron a aparecer vendedores de cualquier cantidad de cosas: papelitos, serpentinas, espuma, máscaras, antifaces, pelucas, varitas, burbujas, pops (palomitas, para nosotras), papitas, algodones, la calle estaba cada vez más llena de personas, la gran mayoría eran familias completas, desde el más chiquito hasta el más veterano, todos listos para recibir a la primera comparsa.


Los niños se paraban a media calle y regresaban a la vereda para decirle a sus Mamás “están lejazos todavía”, para hacer más corta la espera me decidí a llamar a un vendedor de antifaces, mi hija eligió uno y yo otro, que al final ni pude usar porque si me lo ponía encima de los lentes no veía nada y quería tomar fotografías! Mi hija parecía más un super héroe que alguien de carnaval pero estaba feliz con el antifaz, al poco tiempo una señora se acercó a ofrecer pintarle la carita:
  • "Querés una flor?"
  • Mejor una Mariposa! – dije yo
  • "Ah, pero las mariposas me quedan feazas"
  • Por eso digo, que una flor está bien
Ya de antifaz y con una flor pintada en la mejilla, mi hija estaba cada vez más animada y de vez en cuando se paraba en medio de la calle como los otros niños, a ver si por fin nos alcanzaba el desfile, después de varios intentos por ver algo, al fin vino a mi corriendo para decirme “ya vi unas banderas!”


En el sonido local solicitaron a todas las personas que despejaran la avenida y pidieron a grandes y chicos NO lanzar espuma a los integrantes de las comparsas, como una forma de respeto al esfuerzo y dedicación que pusieron en sus trajes, maquillaje e instrumentos. Todos los niños regresaron a la vereda y por fin el retumbar de los tambores comenzó a escucharse “lo siento en mi pancita” decía mi hija.


Y de pronto, “bam!” fue como si una explosión de color tuviera lugar a unos metros de nosotros, las bailarinas, vedettes, escobilleros, gramilleros, Mamá Viejas, disculpen si aún no sé todos los nombres, pero los vi a todos! Apoderándose de las calles, de las miradas, de las sonrisas! Flotando por la avenida, impulsados por el aplauso del público.


Entre una comparsa y la siguiente, parecía que los niños que querían lanzar espuma estaban a punto de estallar por la petición de no usarla contra las comparsas, así que encontraron la mejor solución al tema, llenarse de espuma entre ellos! Junto a la espuma, volaban las burbujas y los papelitos de colores y los niños en lugar de alejarse, se ponían al alcance del bote más cercano para luego estallar en carcajadas cuando la espuma los alcanzaba.


Cuando me di cuenta, mi hija ya estaba jugando con los otros niños, dejándose rociar por la espuma y persiguiendo burbujas, yo no podía creerlo! Ella, como dije antes, es muy tímida, pero mucho! Jamás la imaginé jugando así con niños que jamás había visto antes, de los que no sabe ni su nombre ni nada.


Luego venía otra comparsa y de nuevo todos corrían a sus lugares, mi hija se sentaba junto a mí y cuando las banderas en esa maravillosa interacción en la que acarician al público llegaban hasta nosotros, se levantaba con los otros niños y alzaba las manos para tocarla, como si se tratara de un lienzo mágico que le brindara más alegría para seguir brincoteando apenas terminara de pasar.


La ceremonia se repitió una comparsa tras otra, todas maravillosas, llenas de ritmo, de alegría. De pronto algún bailarín sorprendía por su ritmo, una vedette por su belleza, un escobillero por su habilidad o un gramillero por su alegría, mientras los tambores sonaban como uno solo, formado de muchas almas. Todos cumpliendo su misión, todos protagonistas.


Al día siguiente, veía las fotos una y otra vez, trataba de recuperar la sensación del día anterior, el repique de los tambores, los aplausos, las voces, la imagen de mi hija persiguiendo una burbuja, quería volver a entrar en ese estado ideal de felicidad, esa celebración de la vida que te hace olvidar todo lo demás, que te convence de que solo existe el color, la música y la alegría… entonces todo fue claro, entendí que para volver a sentirlo, tenía que esperar un año completo, comprendí por qué las comparsas se preparan todo un año para llegar a ese momento en el que nada puede salir mal, en el que todo ha valido la pena, en el que su misión está clara, en el que encarnan y transmiten el espíritu del carnaval y permitirse contagiarse es casi una obligación.


Me gusta pensar que ese espíritu ya habita en nosotros y volverá el próximo año para dejarse sentir aún con más fuerza… y ya lo estamos esperando.

lunes, 6 de febrero de 2012

Pascualina y Jalapeños


Note el aguzado lector cómo el título no pretende cometer una atrocidad agregando jalapeños a la pascualina, en cuyo caso diría "Pascualina con Jalapeños" y es que a la Pascualina no le sobra ni le falta nada, como su nombre lo indica, es un platillo que solía prepararse durante la Pascua, en los días en los que no se podía comer carne, pero como les quedó re bueno, ahora se prepara todo el año, la pascualina es una especie de pay de espinaca, morrón y huevo cocido, que sabe a gloria, a mi ninguno de los ingredientes me cautiva por separado, pero la pascualina se cuece aparte... bueno, se hornea, y está en el título de esta entrada porque además de Zitarrosa, mi marido y la propia historia de país, es lo que más me gusta de Uruguay!

Ni yo pensé que transcurriría casi un mes a partir de mi llegada a estas tierras del sur, antes de volver a escribir en este espacio pero entre correderas y trámites, el perro que perdió el avión y las cosas olvidadas, pues no he tenido todo el tiempo que quisiera para sentarme a escribir.

A cachitos, por los medios a mi disposición, he ido enterando a familiares y amigos de como va la cosa por acá, pero hoy que mi suegra se ha dispuesto a deleitarnos con unas albóndigas con arroz, aprovecho el tiempo libre y por fin con calma, les cuento...

La decisión de mudarnos a otro país... (de mudarme yo, porque lo que mi marido está haciendo, es volver), es, como todas las decisiones importantes de la vida, una cosa de la que no se sabe mucho sino hasta que ya es un hecho, como casarse, como tener un hijo, como aventarse del trampolín de cinco metros, uno cierra los ojos, desea que todo vaya bien, y se avienta.

Porque es así! Sin importar toda la preparación, los planes, los documentos, las vacunas del perro (ay, el perro!) y todo lo que por lógica y sentido común hace uno en vísperas de un cambio de este tamaño, uno finalmente lo que hace es aventarse, agarrar aire y esperar salir a flote exitosamente... o ya de perdis, nadando de muertito hasta la orilla. Nada está escrito, nada está dicho, nada es seguro... y por eso igual hay que hacer las cosas, porque acomodarse y esperar que la vida pase, tampoco asegura nada.

Y bueno, la primera parte consistió en reunir todos los documentos que aseguraran para mi hija y para mi la estancia legal en el País, que costaron sangre, sudor y lágrimas y por fin estuvieron listos a tiempo a inicios de diciembre, en resumen, necesitábamos que todos los documentos (actas de nacimiento, de matrimonio, constancias escolares, etc.) fueran reconocidos en todos lados por todo mundo, y para eso, Gobernación de Aguascalientes tenía que reconocer la firma de la directora del registro civil y luego Gobernación Federal, la de Gobernación de Aguascalientes, luego Relaciones Exteriores, la de Gobierno Federal, luego la embajada uruguaya, la de Relaciones Exteriores, luego Relaciones Exteriores de acá, la de la embajada uruguaya, luego el registro civil de acá, la de Relaciones Exteriores de acá... suena fácil, no? A ver, inténtenlo!!

Nah, en realidad fue todo bien, la única que casi nos vuelve diabéticos fue la señorita que nos atendió en Secretaría de Gobernación, que así a rajatabla, nos dijo: "esta no es la firma u_U" ...yo no sabía si morir o matarla a ella, pero reaccionó pronto y dijo: "ah no!! Es de Aguascalientes, sí si es", el resto fue ir de oficina en oficina, pagar y pagar, esperar y esperar... bien bonito... pero bueno, estuvo listo!

Cuando llevamos todo a la embajada uruguaya, se me ocurrió decir, así como hablando del clima, que llevábamos a Carajillo (el perro, el famoso perro) y la funcionaria (un amor de mujer, hay que decirlo) nos dijo los requisitos de ingreso del perro al país, así que regresamos a Aguascalientes a ponerle las vacunas correspondientes, encargar su jaula y pedir el medicamento para atarantarlo durante el vuelo, que dicho sea de paso, le hizo lo que el viento a Juárez, pero bueno, eso estaba "listo".

Luego vino la empacadera, qué se va, qué se queda, ideamos un sistema para equilibrar el peso en las maletas y calcular el costo del sobreequipaje... que al final no sirvió de nada y tuvimos que pagar en total como ochocientos dólares, incluyendo el costo de llevar... sí, adivinaron, al perro!

Después el tema era la llegada al aeropuerto, viajar hasta el DF en camión e intentar agarrar taxis para cuatro adultos y una niña, acompañados de ocho maletas y el perro, era, si no un sueño imposible, una misión kamikaze, así que después de hablar con un amigo que tiene una agencia de viajes, concluímos que la mejor opción era viajar hasta Querétaro y de ahí tomar un autobus directo al aeropuerto, y así lo hicimos, no quiero ni contarles la pesadilla que era subir y bajar maletas de un lado a otro, repito eran ocho OCHO maletas, y no cualquier maleta, maletotas, MALETOTOTOTAS, a las que si uno las miraba fijo, podía hacerlas explotar, dejando nuestros choninos tendidos a la vista de todos.

Por fin en el aeropuerto, el perro seguía siendo un tema, necesitábamos un permiso de exportación de SAGARPA, presentamos al perro con documentos en mano (nuestra mano, no la del perro), y una "amable" representante de SAGARPA nos atendió como queriendo recordarme todo lo que uno odia de la burocracia mexicana, como diciendo "pa' que no extrañe".

- No les dijeron que esto se tiene que hacer 3 días antes del viaje?

- No nos dijeron, pero además, no somos de aquí, vivimos en Aguas...

- No importa! Son 3 días! Por qué no se informan?! Siempre es lo mismo

- Sí nos informamos, preguntamos en la Emb...

- La embajada no es SAGARPA, o sí?! O SÍ?!!!

A esas alturas estábamos como niños regañados, con la mirada baja, esperando a que la señorita terminara su letanía y nos dijera como diantres haríamos para llevarnos al perro, por fin acabó la cantaleta y nos preguntó:

- A qué País viajan?

- A Uruguay

- Uruguay, Uruguay, Uruguay - decía mientras con su dedito recorría los requisitos de cada país, empezando por Angola o_O

Pues bien, al fin por la página treintayuno encontró a Uruguay, y nos dijo que Carajillo podía ir con nosotros, mientras una luz celestial iluminaba el permiso de exportación (no sin antes hacernos salir del aeropuerto buscando un lugar donde sacaran fotocopias, porque claro, no preguntamos a la SAGARPA!!!).

El siguiente paso era la documentación, yo en cada viaje, después de documentar me quedo mucho más tranquila, ya solo debo preocuparme por traer mi bolsa en una mano, mi hija en la otra y que ruede el mundo.

Mi hija, con todos sus ocho añotes, ya es una experta en pasar los controles de seguridad, agarraba su cajoncito, caminaba rápido, botaba a impresionante velocidad su mochilita, chamarra y sombrero, pasaba el arco, abría los brazos y cuando yo iba saliendo, ella ya estaba de nuevo con chamarra y sombrero del otro lado, cuando le dijimos que nos sorprendía la eficiencia con la que ya pasaba solita de un lado a otro, dijo orgullosa: "llevamos años en esto".

Ubicamos la sala casi de inmediato solo para enterarnos que el vuelo tenía treinta minutos de retraso, casi muero del susto porque a la llegada, en el horario original, el vuelo de conexión en Santiago de Chile salía solo cuarenta y cinco minutos después de nuestra llegada, en ese punto no había nada que hacer, solo esperar que todo saliera bien.

Cuando estábamos abordando el avión le dijeron a mi esposo que esperara un momento y yo pensaba: "ahora qué?!" y nada, era solo para darle una tarjetita informando que Carajillo ya se encontraba a bordo del avión, sano y salvo... ahí ya llevábamos varias horas de viaje y ni siquiera habíamos salido del país, pero bueno, faltaba menos...

Aterrizamos en Santiago de Chile y tal como lo temía, el otro vuelo ya estaba en la última llamada para abordar, corrimos como locos, nos guiaron hasta un tunel y ahí nos dijeron que ese no era el avión pero que ahora iban por nosotros, otros pasajeros del mismo vuelo nos fueron alcanzando y cuando estábamos todos ahí, nos subieron a una camionetita y nos llevaron hasta el avión donde reconocí las miradas asesinas de los otros pasajeros que en ese contexto quieren decir: "por culpa de estos mensos no hemos despegado"...y yo pensando en el perro.

Segundo aterrizaje! Algo aliviados por fin pisamos suelo Uruguayo para encontrarnos con una fila eteeeeeeeeerna de extranjeros ingresando al país para pasar el verano, llevábamos cargando ...o debo decir, arrastrando: suéters, chamarras, sombreros y bolsas de mano, nos sellaron los pasaportes y corrimos a buscar las maletas y a Carajillo ...y nada ...en otra banda ...y nada ...y nada... Y NADAAAA!!! Me uní con otras dos señoras con esa solidaridad que solo conocen los compañeros de casi veinte horas de viaje, para buscar a alguien que nos dijera donde jijos estaban las maletas... y el perro.

La marrrrr de amables, el personal en tierra de la aerolínea nos explicó que como el vuelo que salió de México se retrasó, nosotros alcanzamos el vuelo de conexión pero el equipaje no... así es, Carajillo había perdido el vuelo y llegaría a las seis treinta de la tarde, para lo que faltaban aún siete horas!!

Las otras señoras se pusieron re contentas porque les iban a mandar las maletas a domicilio y ya no tenían que andar cargando, pero a nosotros todavía nos quedaban casi dos horas de viaje hasta Minas y teníamos que esperar.

Salimos de la sala y un amigo de mi esposo nos esperaba con mi suegra al teléfono para informarle lo que ocurría y acto seguido hizo lo que todo buen amigo haría en una situación así: nos invitó pizza y cerveza en su casa! Qué bien que se ve el mundo después de comer pizza y tomar cerveza... una siestita y listo! De regreso al aeropuerto.

Ya completos, con más de treintayseis horas de viaje a cuestas, las ocho maletotas y el perro, iniciamos el último tramo del recorrido, mi hija iba más desmayada que dormida, mi esposo y yo medio zombies y el perro tomando agua mineral de nuestros vasos... arribamos por fin, a nuestra nueva casa :D

...y es acá donde comienzo a escribir una nueva historia, donde todos los días, juntos, descubrimos y aprendemos cosas diferentes de este pequeño gran país, y de nosotros mismos.

Los amigos, con algo de recelo me preguntan si ya cambié el tú por el vos y si voy a cambiar de nacionalidad y yo que llegué con mis latas de jalapeños bajo el brazo solo puedo decir que lo único que tengo seguro es que nunca olvidaré mis raíces, ni dejaré de apreciarlas, lo que no quiere decir que no pueda amar las de acá.

Si algo admiré siempre de mi esposo durante los años que estuvo en México, es que no vivió comparando un país con el otro ni quejándose de lo que había en uno y en el otro no, comió tacos como nadie, disfrutó todo lo que tenía a su alcance, pero nunca dejó de añorar... ahora me toca a mi.

El conocimiento, aceptación y aprecio por una cultura, por un país, no tienen por qué significar el abandono del otro, quien dijo que no puedo comer pascualina y jalapeños?