Este año, me hice la promesa de ser más audaz y dedicarme
más tiempo a las cosas que más amo hacer, la resolución estaba tomada y no
puedo mentir, puesto que quedó impresa en estas páginas… y aunque no hubiera
estado impresa, tampoco podría mentirme a mí misma.
En México hay una expresión: “corretear la chuleta”, que se
refiere a los ires y venires del día a día, hacia/desde la chamba (laburo)
para, por supuesto, llevar la comida a la mesa, aunque luego en los momentos de
calma, uno se detenga a reflexionar, se pregunte: “¿Qué demonios estoy
haciendo?” y al otro día, vuelva a empezar.
Y es que esas resoluciones audaces y valientes, tienen
muchas variables en contra… y bueno, si no, no serían valientes, serían resoluciones
a secas, y en mi caso una de las principales es la estabilidad económica (o la
ilusión de la misma, cosa de la que espero poder escribir en otra ocasión). Así
que, en un total ataque de pánico, otra vez empecé a decir a toda oportunidad
de ingreso seguro que me caía en las manos, y en un par de meses estaba tanto o
más lejos de mi resolución, como lo estaba el año pasado, solo que esta vez, me
di cuenta y recordé el hastío de los últimos meses del 2014, lo que costaba
salir de la cama para seguir rutinas que me llenaban a medias y no poder
esperar a que hubiera algún feriado a la vista que me rescatara de aquella
situación… que por supuesto o era responsabilidad de nadie más que yo.
Sin embargo, ya les digo, no todo está perdido, y considero
haberme dado cuenta, antes de la mitad del año, de que estaba metiendo la pata
soberanamente, es un gran avance. Así que voy por un segundo intento de
arriesgar, dejar ir, y ver qué pasa…
Y es que la vida no espera (miren qué frase novedosa que les
traigo), pero es que ahora, en mis casi cuarenta es más evidente que nunca.
Hace poco, por ejemplo, recién comprendí que mi niña ya no es una bebé, que ya
no me necesita tanto como antes y que busca un espacio propio, no lejos de mi,
pero no conmigo, y cuando de broma se lo reproché, me tomó del hombro y me dijo:
“tú sabías que esto iba a pasar” y con su infinita sabiduría de 11 años, me
dejó helada, sentada en el comedor y pensando: “Cuando carajos pasó eso?”. No
fue apenas ayer que le ayudaba a abrir la bolsa de papitas porque la fuerza no
le daba? No fue ayer recién que tenía miedo de los ruidos por la noche y se
colaba a nuestra cama? Enserio no fue hace apenas unos meses que le elegía la
ropa y le cepillaba el cabello?... Qué pasó? Y más importante aún: cuando? Qué
estaba haciendo yo? Y, qué sigue?
Recuerdo que el pediatra que la recibió nos decía: “No haga
caso cuando le digan que no la cargue, cárguela todo lo que quiera porque un
día ya no va a poder y va a lamentar no haberlo hecho”. Se me fueron las horas
con ella a mi lado en el sofá viendo horas y horas de “Mi pequeño Pony”, parece
que acompañarme a hacer el super ya no es tan atractivo como antes, y la
promesa de un garoto al terminar las vueltas, ya no tiene el mismo atractivo.
Por suerte, también he descubierto que hay otras cosas que
ahora podemos hacer juntas y antes, cuando “era chiquita”, no. Ahora vemos
películas de acción en el cine, y
asegura que los estrenos prefiere verlos conmigo porque no hablo durante
la función, aún nos quedan viajes por hacer y funciones de ballet por ver,
ahora vamos juntas a la convención de comics y de vez en cuando, a tomar un
café y hablar de cómo nos fue en el día.
No, la vida no espera, pero sí trae nuevas promesas y
experiencias, solo que para disfrutarlas hay una pequeña condición: estar ahí.
Así que, me perdono por aquella traición (mandarme a la
guillotina es muy siglo XVIII), recobro fuerzas de donde es posible y reafirmo
mis convicciones: quiero estar y quiero que sea HOY, porque el mañana, no llega
nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario